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Ojo avizorJuan Van-Halen

España duerme

Con tremenda desfachatez se olvidó aquello de «No es no, ¿qué parte del no no entiende?» Y se pide al PP que «salga del no»

España duerme. Y, sorprendentemente, se mantiene dormida ante riesgos cada vez mayores. Acaso nuestra realidad, propensa históricamente al insomnio colectivo, sigue aquella opinión de Hemingway: «Me encanta dormir. Mi vida tiende a desmoronarse cuando estoy despierto». España puede temer despertarse creyendo que así se evade del desmoronamiento. O nuestra sociedad tal vez comparte el criterio de la dicharachera Mindy Kaling: «No hay un amanecer tan hermoso que valga la pena despertarme para verlo». El amanecer en este caso sería una España distinta, con más confianza y menos problemas, pero por lo que se ve ese amanecer no vale la pena en una realidad adicta al sueño.

Es probable que España no reaccione y se deje llevar por señuelos y mentiras sencillamente porque quiere ser así. Es la hipótesis más desalentadora. Me pregunto las razones de tanta bobaliconería y gregarismo. Por situaciones mucho menos graves el pueblo español ha mostrado su opinión airadamente en las calles, en los centros de trabajo, en las universidades y, desde los intelectuales a las clases medias, la reacción popular ha sido considerable y con amplio reflejo en los medios. Ahora no.

La pandemia podría estar en el inicio de la falta de reacción social ante la realidad que vivimos. Hubo un largo trecho de nuestras vidas en el que lo esencial era vivir. Ante las listas de muertos, que no se conocían y eran imágenes ocultadas, el miedo colectivo era tal que, confinados una y otra vez en nuestras casas e ignorando que luego el Tribunal Constitucional dictaminaría en su contra, los españoles aguantábamos en la esperanza y la congoja de sobrevivir. Luego, ya este año, nos abrimos al verano vacacional y al ocio con ilusión y –por qué no reconocerlo– con ceguera, habiéndonos anunciado desde la frialdad de las cifras que el otoño habrá de ser muy duro. Los índices de paro, el IPC, y otras tantas alertas deberían habernos hecho reflexionar. No fue así. Abrimos el caño del gasto familiar como si no hubiese un mañana.

Mientras, Sánchez seguía sus firmes pasos en el control de más resortes. Las estadísticas, el seguimiento informático de los votos, los sondeos oficiales, el centro de inteligencia, la nueva censura por ley, los sindicatos capados, la influencia en ciertos medios –con especial mimo a las televisiones–, y ahora acelera el paso para el control del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. Con tremenda desfachatez se olvidó aquello de: «No es no ¿qué parte del no no entiende?». Y se pide al PP que «salga del no». Detrás de esa hipócrita petición está, nada menos, el control del Consejo General del Poder Judicial. Y pensar en Cándido Conde-Pumpido para presidir el Constitucional es una tropelía similar a la de llevar a la exministra de Justicia y diputada socialista Dolores Delgado a la Fiscalía General del Estado.

¿Cómo trata de sortear Sánchez el revés electoral que parece esperarle? Con control cada vez mayor de todo lo que pueda y con el viejísimo método que ya denunció Juvenal en una de sus Sátiras: panem et circenses. Pan y circo para mantener a la población alejada de la política, fuera de la realidad, engañada. Los dirigentes romanos de un siglo antes de Cristo se inventaron un clientelismo infalible para alienar a la plebe: regalar trigo y panes y organizar espectáculos circenses y otras formas de entretenimiento. Luego Julio César copió la fórmula. Un pueblo agradecido, silencioso, irreflexivo y acrítico. Los intelectuales del XIX españolizaron la frase hablando de «pan y toros». Ahora hablaríamos de «pan y fútbol». Sánchez ha seguido un sistema similar: la dádiva barata a muchachos en edad de votar, los bonos de ferrocarril, las pagas por nada que crean vagos agradecidos, de modo que en un país con millones de parados muchos empresarios padecen una falta creciente de trabajadores. Sumando pequeñas subvenciones, ¿quién decide trabajar?

Sánchez es mentiroso y su gestión, nefasta, más aún con los apoyos que eligió, pero no es tonto. Nos tiene pendientes de señuelos como el de que nos preocupemos por la temperatura del aire acondicionado, y lo achaca a la UE cuando la reacción inicial de la ministra Ribera fue negarse a aplicar lo que no era una imposición de la UE sino una recomendación en tramos. Pero Sánchez no se planteó, como nuestros vecinos europeos, el problema de fondo. Por ejemplo, rectificar sobre las nucleares y acudir al carbón.

Las clases medias, construidas durante el franquismo, con perdón, tienen el lastre inicial de pasar por los asuntos políticos de puntillas, sin darse cuenta de la trampa que ello supone en una democracia. Los señuelos funcionan. Y las campañas del miedo también. Muy preocupados deben estar en Ferraz con las encuestas porque en las últimas semanas Feijóo ha sufrido insultos de doce ministros. Que una tal Diana Morant, por lo visto ministra, llame «mentiroso» a Feijóo teniendo la mano a un Pinocho de cabecera, es chocante. Tanto como que a Pilar Alegría, la maestra de primaria que no ejerció nunca y convertida en ministra de Educación, se le ocurra aconsejar a Feijóo que «estudie un poco más», o que al inefable Miquel Iceta le parezca el presidente del PP un «ignorante»; atendiendo a la vasta formación del ministro de Cultura achaco su calificativo a que Feijóo no sabe bailar con su galanura y contoneo.

La oposición tendría que reiterar con machaconería propuestas inteligentes y útiles. Las ha presentado pero la insistencia no sobra ante una sociedad que no sólo duerme; también parece sorda. Los partidos de la oposición no deberían caer en trampas ni distraerse con señuelos. Y, mientras, Sánchez sigue en lo suyo. Vende ante cada votación jirones de responsabilidad nacional a sus impresentables aliados parlamentarios

España duerme y ojalá cuando despierte no descubra que en realidad era una pesadilla. El que no duerme es Sánchez. Que nadie se confíe. Pese al confortable colchón de Moncloa el presidente no descansa, y es natural, en su beneficio político.