Solo sí es sí
El consentimiento ya existía: el chiringuito de Igualdad no protege mejor a las víctimas, señala por si acaso a todos los hombres para sostener un negocio económico e ideológico a costa de las mujeres
Solo sí era ya sí antes de que llegaran Irene Montero y sus cheerleaders a aprobar una Ley de Libertad Sexual que redunda en lo evidente a sabiendas: los tíos normales, que son tan normales como las tías normales, ya salen de casa y se encaman con consentimiento recíproco, sin necesidad de un notario o notaria o notarie de Igualdad dando fe de la procedencia de la voltereta.
Y a los anormales, que existen y en una proporción idéntica a las anormalas pero más peligrosa a efectos sexuales, les da igual esta ley como todas las anteriores que persiguen ya a los delincuentes: los mismos que dicen, en esto con razón, que la pena de muerte no reduce los delitos graves allá donde es legal su aplicación sostienen, con su habitual coherencia, que su leyecita huelebragas es imprescindible para combatir mejor a violadores, agresores, chulos e imbéciles en general.
Resulta complicado criticar una ley que dice atender a un problema evidente, los delitos sexuales, y que dice proteger a unas víctimas potenciales que pueden ser las mujeres de nuestras vidas.
Y lo es aún más cuando todos hemos visto en acción a moscardones infames y nos hemos indignado con la recua de criminales que se llevó por delante a mujeres ya imborrables como Diana Quer, Laura Luelmo, Marta del Castillo o Anabel Segura, entre tantas otras asesinadas por un sinvergüenza.
Pero no hay que caer en el error, ni en el complejo, de acatarla por el qué dirán, precisamente por ellas y por todas, ya desde la infame contradicción que impulsa a las promotoras del engendro: Montero, Pam, Pom, Pín y como se llamen todas las hiperventiladas de Igualdad, que ganan una pasta en lugar de gastársela en atención especializada, se oponen a la prisión permanente revisable para asesinos de verdad, condenados, confesos y culpables de atrocidades.
Pero extienden la sospecha general sobre el hombre, en abstracto, como probable agresor, incluyendo en las relaciones sexuales una cláusula previa de consentimiento que ya existe y se concede con los ojos, los temblores, los sudores y los suspiros.
Una vez más, una causa tan noble como la defensa de las mujeres de los delitos más abyectos, junto a los sufridos por los niños, se privatiza como excusa para reforzar un proyecto de ingeniería social y un negocio económico descarado.
El de damas como María Sevilla, la presidenta de eso llamado «Infancia Libre» que, tras secuestrar a su hijo y encerrarlo en una mazmorra como en Canino, la película griega que refleja como ninguna el drama de los padres que salvan a su hijos por el método de enterrarlos en vida, fue presentada como una «madre coraje».
Porque la ley no va a proteger mejor a las víctimas, pero sí señalará peor a los hombres, en una causa general irresoluble destinada a justificar de por vida el chiringuito ideológico de las vividoras del cuento que contará con la complicidad de toda aquella desalmada dispuesta a especializarse en la denuncia falsa: el catálogo de ayudas que consagra el delirio legal de Igualdad, salido de la misma sentina ideológica que la Ley Trans, invita a toda mujer en apuros a aspirar a la condición de víctima sin necesidad de serlo, pues su condición de tal no requerirá de sentencia judicial y se logrará con un simple informe de Asuntos Sociales, principal interesado en inflar las estadísticas justificativas de su propia existencia.
Ser mujer es más difícil que ser hombre y, por mucho que hayamos avanzado, ellas siguen teniendo problemas específicos y dificultades mayores a los nuestros que requieren una respuesta distinta con la complicidad de todos: a quienes tienen dudas, debería bastarles con pensar en sus hijas, madres o esposas para borrarse la imagen de la ministra y centrarse en las beneficiarias reales de una política seria.
Trivializar su condición, permitiendo que cualquier Manolo se convierta en Laura yendo en cinco minutos al registro o avalando los tratamientos hormonales y la mutilación física a edades inmaduras, es la peor manera de atender sus problemas objetivos. Y meterse ahora entre medias de las sábanas, la mejor forma de diluir la gravedad objetiva de los delitos sexuales en un batido ideológico absurdo pero, eso sí, rentable para ellas.
Para las que señalan por si acaso a los dos chavales que salvaron a una chica de seguir los pasos de Diana Quer y, a la vez, sostienen que El Chicle no debe estar en la cárcel de por vida si no es capaz de demostrarse que ha dejado de ser un peligro. Para las mujeres, que son en realidad las grandes damnificadas de esta «Igualdad» enfermiza.