Es que somos unos ingratos
Como dice un amigo mío, cuando cumplidos los 40 sostienes que eres de izquierdas, o eres un mentiroso o un fresco, o las dos cosas
Lo peor de Sánchez y sus cuates es la mirada de suficiencia, esa ceja levantada con que observan a los que no opinan como ellos (según las encuestas, una mayoría ya de españoles), esa pretendida superioridad moral que nace del complejo secular de la derecha española de sentirse un pigmeo ante los dogmas progres, dogmas que si fuéramos serios no resistirían ni un debate infantil. Como dice un amigo mío, cuando cumplidos los 40 sostienes que eres de izquierdas, o eres un mentiroso o un fresco, o las dos cosas. Ese filibusterismo nos ha llevado, parafraseando a Cayetana Álvarez de Toledo, a tener que aguantar en España que los extremistas, supremacistas y xenófobos dicten dónde está el centro y dónde la moderación. Vivir para ver.
Nuestro presidente reúne las dos condiciones del buen progre con holgura. Cogió una furgoneta para hacerse las fotos de campaña y, cuando nadie le veía, se subía a un coche de alta gama, y así empezó a darnos gato por liebre desde 2014. Cómo no recordar su pillada copiando la tesis doctoral de unos recortes que le hacía Miguel Sebastián y otros amigos del Ministerio de Industria; y ni la color se le mudó. Y de ahí, subido al Falcon y de cuchipandi con filoterroristas y separatistas, hasta donde ustedes quieran. Desde su bruxismo maxilar, siempre observa al enemigo –que somos todos, menos los que viven de su mamandurria y los que todavía se tragan sus trolas– con cara de vendetta italiana, de cólera frente a los que osan no dejarse las manos aplaudiendo sus dádivas, de ira contra los que le han calado y ven en él que todo es una mentira: su titulación, su ideología, su cara y hasta su voz, impostada de yerno ideal mientras usa el BOE como si fuera Freddy Krueger en sus mejores días.
Así las gastan los progres: destrozan los países y encima les tienes que estar agradecidos. Zapatero se reivindica como el presidente que acabó con ETA y fue el que blanqueó a Otegi para que negociara como si de un Mandela con pistola se tratara. De esa socialdemocracia cínica proviene también Gerhard Schröder, otro fantoche de izquierdas cuyas políticas fariseas han llevado, entre otras desgracias, a que Europa esté en sus horas más bajas en manos de un sátrapa, Putin, del que él se dice amigo. Este excanciller socialista alemán vendió la autonomía energética de Alemania y de Europa por un asiento de lujo (600.000 euros) en la gasística rusa y ahí le tenemos, sentado en el consejo de administración del gasoducto Nord Stream, cuya espita su amigo cierra y abre a discreción –con la excusa del mantenimiento de las turbinas– para amedrentar a Europa. Pues bien, este progre con grifos de oro dice ahora que no cree que tenga que pedir disculpas por la traición a su país y que poco menos que deberíamos agradecerle su desistimiento frente a Moscú, porque así tenemos en su excelsa persona un intermediario con el diablo.
Es lo mismo que Sánchez cuando nos recuerda que gracias a él (que impide que se cumplan las sentencias, que indulta a los independentistas, que se vende a los herederos de ETA), el chantaje separatista ha bajado. O sea, Sánchez como Schröeder: gracias al primero no es necesario callar a Junqueras y Ortuzar porque ya lo hacen las cesiones y dinero a espuertas que como regalía les da el gobierno español; y gracias al segundo, Putin, que podría mandar un misil directo al Rin, tiene la deferencia de no hacerlo. Es que somos unos ingratos.