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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Invierno duro

No hay que aceptarle ese pronóstico a los mismos inútiles que no han evitado una pandemia, una guerra, una crisis y el empobrecimiento mientras ellos y los suyos siguen en la playa

«Las cuestiones políticas son demasiado serias para dejarlas en manos de los políticos» (Hannah Arendt)

Macron ha salido a la palestra, desde sus poderosos 170 centímetros medidos generosamente, a advertir de la llegada de un invierno duro, con palabras similares a la letanía que suena desde todos los Gobiernos europeos, con Sánchez a la cabeza silbando a ver si cuela.

Nuestro presidente no ha explicado cuándo se jodió el Perú, si alguna vez estuvo arreglado con él al frente, para que desde la misma boca encantadora se haya pasado de cacarear aquello de «Salimos más fuertes» a esto de «Se van a cagar», en varios idiomas con idéntico significado escatológico.

Pero la similitud de mensajes apocalípticos entre el bajito del Elíseo y el altito de Moncloa sí refleja la sintonía del poder para escurrir el bulto, tapar su estropicios, buscar culpables verosímiles y pasarle la factura a las víctimas, sometidas a una asfixiante campaña de miedo que paraliza su respuesta razonable al despropósito y desemboca en la paradoja de que, cuando más débiles son las sociedades, más fuertes son sus Gobiernos.

Un político no tiene derecho a presagiar un «invierno duro» sin aplicarse la medicina primero a sí mismo y, a la vez, sin explicar las razones reales, disculparse por los fallos previos y, finalmente, detallar las reformas estructurales que necesariamente comienzan por ahorrar en su insoportable industria, la política, que jamás sufre las penalidades que aplica al resto.

Europa no ha sabido evitar una pandemia, ni una guerra, ni una crisis de suministros, ni una inflación disparatada, ni un empobrecimiento generalizado, ni la caída del sector primario, ni la competitividad con el resto del mundo, ni la amenaza fundamentalista, ni nada.

Pero ha utilizado el riesgo de todo ello, desde hace años, para justificar políticas intervencionistas y fiscales cercanas a la confiscación, en las que España ha sido pionera: ahí tienen los 125.000 millones recaudados desde 2004 en primas para las energías renovables, que no han servido para evitar, llegado el caso, dejar de incrementar las compras de gas ruso a Putin mientras advierten de cortes de suministro y mantienen la inaceptable recarga fiscal de unos recibos inhumanos con las reservas energéticas, en realidad, llenas hasta la bandera.

O ahí tienen el papelón con la guerra, resumido en un entreguismo absurdo a Washington, que tras desafiar al integrista soviético del Kremlin se ha marchado por patas dejando, eso sí, una triple factura con el gas, las armas y el cemento venidero para reconstruir las ruinas.

No, no hay que aceptar la profecía de tanto Nostradamus con corbata y escaño de que no queda otra que pagar 16 veces más por el gas y pasar frío. No, no hay que asumir ovinamente que, como Putin es un loco, no nos queda más remedio que esperar a que se le pase sin activar todas las medidas diplomáticas que demuestren que Bruselas es algo más que un don Tancredo memo entre Washington y Moscú.

Y no, no hay que aceptar que a la pobreza, el frío y el hambre le acompañe una gloriosa abundancia en los Gobiernos, que nunca sufren lo que inducen y, como en el caso de España, hacen negocio político y económico con la pobreza derivada de la inflación, batiendo récord de recaudación con el falso disfraz de Robin Hood bajo el cual aparece el traje del sheriff de Nottingham.

Sánchez, Macron, Von der Layen, Scholz y demás calamidades no tienen derecho a anunciar un invierno ártico mientras ellos siguen eternamente instalados en una playa mediterránea y en lugar de gestionar la realidad, con altura de miras, solo dedican tiempo a buscar la manera de tapar la huella de sus propios crímenes, de su ineficacia, de su blandenguería y de su confort. Nosotros tenemos problemas; ellos tienen excusas. Y ante eso hay que rebelarse.