Con los presos de ETA nos insultan
Me atrevo a decir que por el pragmatismo se llega a la delincuencia en cualquier orden de la vida. El fin nunca justificó los medios y menos en la noble tarea de la política
Ellos seguirán sentados en sus sillas de poder, privilegio tan efímero como cualquier otro, mientras las víctimas del terrorismo arrastran su dolor, y los presos etarras se ríen al escuchar a Otegui… Qué fácil es pagar con la política penitenciaria que beneficia a los asesinos el mantenerse en la poltrona de la Moncloa. Lo difícil, lo que le otorgaría gloria a Sánchez, sería enfrentarse a la dificultad que entraña poner en su sitio a los terroristas y a los golpistas y así defender la dignidad de todo un pueblo, el español, decidido durante décadas a hacerle frente al terror con el que Otegui y los suyos quisieron romper la democracia y la convivencia. Pero es pedirle demasiado a Sánchez, experto en el cortoplacismo y creyente convencido del valor del pragmatismo. Pues yo me atrevo a decir que por el pragmatismo se llega a la delincuencia en cualquier orden de la vida. El fin nunca justificó los medios y menos en la noble tarea de la política. Gobernar no es fácil: hay atolladeros y obstáculos que superar; contratiempos inesperados, conflictos permanentes. Gobernar es un arte y requiere que se dediquen a ello los mejores porque nos jugamos el futuro. En ese arte del buen gobierno hay que tener voluntad férrea, principios morales en defensa del bien común, creencias democráticas y buena voluntad. Resulta harto complicado encontrar ese perfil en la política actual de España. Por eso nos produce tanto desasosiego ver cómo desde el Gobierno actual de la nación española se pagan los apoyos con la indignidad de la impunidad de los asesinos. Esos que tenían que cumplir las penas íntegras. Cada vez que se acerca a un etarra al País Vasco o se le otorga algún tipo de beneficio, se está insultando a la totalidad de los españoles que creemos en el Estado de derecho.
Nota final: Y todo esto se le volverá en contra al PNV, instalado también en el cortoplacismo y el pragmatismo tóxico.