La argentinización de España
Salvando todavía las distancias, nuestro país se está deslizando por el tobogán de malas prácticas que acabó estropeando Argentina
El execrable intento de atentado contra la vicepresidenta y expresidenta argentina Cristina Fernández, una temperamental demagoga peronista de 69 años, vuelve a situar a Argentina en primer plano ante nuestros ojos.
Lo que se vislumbra no resulta precisamente edificante. La pobreza es severa y creciente. La vida pública, una suerte de lodazal. El odio entre los bandos políticos, volcánico y sin un solo resquicio para el entendimiento. La seguridad jurídica, una broma. Asoma un país exaltado, ebrio de demagogia, anestesiado por el dopaje de la subvención e incapaz de ponerse de acuerdo y de observar sus propias leyes. Una pena, y toda una paradoja, dada la notable brillantez personal de tantísimos argentinos.
Cristina Fernández se enfrenta ahora mismo a una petición de doce años de cárcel por corrupción (crear empresas pantalla para forrarse con la adjudicación de obra pública). Se da además por descontado que ella y su marido, Néstor Kirchner, se hicieron multimillonarios en su día con sus manejos opacos cuando él ejercía de gobernador de la provincia de Santa Cruz. El actual presidente argentino ha salido a defender a su vicepresidenta, aunque la odia, y lo ha hecho arremetiendo a degüello contra el fiscal que la acusa (le ha recomendado que se suicide, «como Nisman», el fiscal que apareció con una bala en la cabeza cuando había logrado acorralar a Cristina en el caso del descomunal atentado contra la mutual judía). El propio fiscal tampoco parece un personaje más templado y se dedica a lanzar arengas televisadas contra la vicepresidenta a la que acusa. Por su parte, feligreses kirchneristas rodean cada día la residencia de su Cristina, la populista a la que idolatran, para darle ánimos contra la justicia.
Argentina, bendecida por todo tipo de dones naturales, era a finales del XIX y comienzos del XX uno de los diez países más ricos del mundo. Algunos estudios sostienen que en 1895 incluso alcanzó la mayor renta per cápita del planeta. Emigrantes de todo el mundo debatían si buscarse un futuro en Nueva York o Buenos Aires. ¿Cómo se dilapidó toda aquella bonanza?
La enfermedad se llamó estatismo. Se apartaron de la senda liberal y de los sistemas políticos abiertos para apostar por la asistencia social izquierdista y el intervencionismo. Pese a su apariencia bienintencionada, esa vía acabó tejiendo una maraña de intereses que primero pudrió los cimientos de la economía y después, los de la propia legalidad. El bucle es siempre el mismo: el peronismo llega al poder en supuesto socorro de los que menos tienen, pero acaba llevando el país a la quiebra con su política asistencial manirrota (y corrupta); luego se intenta un parche liberal para salir del hoyo, pero como la cura provoca en un primer momento dolor, el peronismo calienta las calles y los ánimos hasta que logra ocupar de nuevo el Gobierno... y vuelta la burra al trigo.
Desde el revolcón de la crisis de 2008, España sufre síntomas de argentinización, que se han agudizado con el deplorable Gobierno populista de izquierdas que soportamos. Todos los síntomas están aquí. El poder ejecutivo, a la carga contra el judicial. Un presidente que ha convertido la mentira en herramienta política homologable. Un ambiente político cada vez más cainita y donde han aflorado marcas populistas de recetario mágico. Cuestionamiento y asalto de las instituciones del Estado desde el poder. Ministros comunistas abogando desde el Gobierno por la abolición de la Monarquía y el propio sistema constitucional. Una región española donde la ley ya no se cumple si desagrada al poder separatista. Indultos caprichosos del presidente del Gobierno a golpistas y corruptos de su cuerda. Un periodismo que en vez de observar la magnífica máxima clásica, «los hechos son sagrados y las opiniones libres», cree que los hechos son manipulables y las opiniones han de ser tipo talibán.
¿Cómo se destrozan los países? Pues cuando dejan de respetarse a sí mismos y pisotean los cimientos institucionales y legales sobre los que se asientan. Cuando mordisquean la seguridad jurídica. Cuando el estatismo sustituye a la libre empresa. Cuando la palabra de los políticos vale menos que un billete del Monopoly. Cuando existen enemigos en lugar de adversarios. Por desgracia, por ahí vamos. Por eso urge un volantazo hacia la cordura y el respeto.