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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Milagro en Pendes

Mi caso no es verosímil, sino verídico. A mi agresor se le olvidó cargar la escopeta con el perdigón, en tanto que lo de la Kirchner fue una inocentada austral

He decidido hacerlo público porque ningún medio de comunicación ha dado la noticia ni se ha interesado por ella. He sufrido un atentado en Pendes y estoy vivo de milagro. Pero, al revés que con Cristina Fernández de Kirchner, no he recibido ningún mensaje de solidaridad.

Sitúo a mis lectores. Superado el desfiladero de la Hermida rumbo a Potes, una señal indica el desvío a la derecha hacia Pendes y Cabañes, inicial plenitud de Liébana. Una carretera ascendente estrecha que va dejando atrás paisajes prodigiosos. De golpe, el castañar de Pendes. Un bosque con más de un centenar de castaños milenarios. Es habitual encontrarse allí con excursionistas nórdicos y un vendedor de quesos aficionado al cine español. Pero los seres vivientes que merecen la pena en aquel otero, desde el que se domina el nacimiento oriental de Liébana, son sus castaños. Allí me hallaba con cuatro grandes amigos, a los que renuncio a identificar por razones de seguridad. Y de allí, con los ojos hinchados de tanto admirar aquellos paisajes, tomaríamos el camino hacia Potes, y después de una visita al monasterio de Santo Toribio, donde se guarda la reliquia de mayor tamaño de la madera de la Cruz de Cristo, alcanzaríamos Camaleño y nos detendríamos en Cosgaya para disfrutar de un cocido lebaniego en El Oso de don Severo. De don Severo, sus maravillosas hijas y la sombra de Cari, ya en otras montañas más altas.

Pero fue en Pendes donde advertí que se encaminaba hacia mí un desconocido con una escopeta de perdigones. No me extrañó, por cuanto en Pendes es frecuente que me pidan autógrafos los portadores de escopetas de perdigones, por lo normal, argentinos o brasileños. Y cuando le estaba dedicando un libro al vendedor de quesos, que llevaba dos años esperándome en tan recóndita ubicación, noté el golpe frío del cañón de la escopeta en mi sien izquierda. Seguidamente, el sonido seco del aire comprimido al recuperar la libertad. Por fortuna, al chapuzas argentino-brasileño se le había olvidado cargar la escopeta con su perdigón correspondiente, y todo quedó en un susto. Un susto que afectó sobremanera al fallido criminal, que tiró al suelo la escopeta, el móvil, y un retrato del Che Guevara, y huyó haciendo croqueta sobre los prados descendentes. Lógicamente, yo seguí firmando autógrafos a los excursionistas nórdicos con la serenidad que siempre me ha caracterizado cuando intentan matarme con una escopeta de perdigones sin perdigón en la recámara. Y no dejamos ni un garbanzo, ni un vestigio de morcillo o morcilla en los platos de El Oso.

Pero exijo más interés social por mi caso y menos condenas por el de la Kirchner que, al fin y al cabo, ni fue atentado ni su presumible e impostor agresor le deseaba el mal, sino todo lo contrario. Se han publicado diferentes fotografías en las que se demuestra la cercanía anímica del brasileño con la ladrona preantártica. Se trató de un montaje muy chungo, aunque insistan en dramatizar los partidarios de la actriz principal de la escena. Llevo siete horas sentado a las puertas de mi casa aguardando mensajes de solidaridad y no he recibido ninguno. Se oye el motor de un coche o de una moto y pasan sin detenerse. Mi caso no es verosímil, sino verídico. A mi agresor se le olvidó cargar la escopeta con el perdigón, en tanto que lo de la Kirchner fue una inocentada austral. Pero no todos somos iguales, y ese detalle, nada insignificante, ha herido mucho mi sensibilidad.

Aparte del susto, claro, que no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

Allí ocurrió. En Pendes, junto a Cabañes, en el valle de Liébana.

Me salvé por los pelos. Y la gente, a lo suyo. Decepción dolorosa.