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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El héroe

Pablo no contrató a ninguna empresa de seguridad y alarma. Con los treinta guardias civiles se sentía moderadamente seguro

Se fue fracasado en la política, a pesar de representar el heroísmo social. Y nos lo ha dicho a todos los que tenemos contratado un servicio de alarma y seguridad en nuestras casas. Somos tan egoístas que no hemos sabido asimilar las ventajas del futuro. No admitimos que unos bondadosos extraños ocupen nuestras casas y se apoderen de nuestros bienes. En prisión se halla un precipitado anciano que impidió a tiros que un cliente de Open Arms accediera a su hogar sin su autorización. Este hombre mayor se ha negado a analizar las bondades y ventajas de la ocupación hogareña. Y el juez o la juez ha decidido que se consuma en la cárcel, y viva como preso preventivo los últimos tiempos de su vida. Por empecinado. Por no recibir con los brazos abiertos a quien sólo pretendía hacerse cargo de sus bienes, dormir en su cama, y disfrutar de su pequeño jardín siempre que, como propietario terrateniente, siguiera pagando los plazos de la hipoteca. Que en ese aspecto, los bancos son más rigurosos que los jueces, y un impago hipotecario les anima a actuar con prontitud aunque la casa, los muebles, los bienes y el jardín hayan sido ocupados por un modélico ejemplar de la apropiación del bien ajeno. Por ello, el héroe nos lo ha dicho a la cara, sin tapujos. Que todos los propietarios de una casa, aunque sólo sea una casa, la nuestra, que hayamos cometido la insolidaridad de contratar a una empresa de seguridad e instalado un sistema de alarma en nuestros hogares, somos de ultraderecha. En mi caso, además, la contratación ultraderechista la formalicé, años atrás, con la empresa mencionada por el héroe social. Securitas Direct. Y, claro está, me siento avergonzado.

El héroe vivía en un piso de Vallecas. Se enamoró de una chica que trabajó durante unos meses de cajera y que compartía sus ideales políticos, entre ellos, la abolición de la propiedad privada. A ella le agobiaba el piso, y necesitaba la inmediatez de espacios verdes, árboles frondosos y horizontes de ensueño. Todo esto, con anterioridad a ser vicepresidente del Gobierno y encajar a su tronca como ministra de ese mismo gabinete. Y como el comunismo y la pobreza no siempre van de la mano, adquirieron en La Navata, término de Galapagar, a pocas decenas de metros del Parque Nacional del Guadarrama, un modesto chalé con un recoleto jardín y una hermosa piscina. Y no contrató a Securitas Direct. Exigió que su hogar, sus bienes, su jardín y su piscina fueran custodiados por una pareja de la Guardia Civil. Instalaron una caseta chunga, fría en el invierno y bochornosa en el verano, y cada ocho horas los guardias civiles cumplían su servicio y eran relevados por otra pareja, con vigilancia durante los siete días de la semana las veinticuatro horas de cada jornada. Los guardias civiles, en caso de experimentar una necesidad biológica, se las tenían que arreglar a su manera, porque los dueños del chalé no deseaban intrusos en su casa. Y cuando él fue nombrado por el chulo supremo vicepresidente del Gobierno, y ella, mujer de gran preparación intelectual y rebosada simpatía, recibió el merecido premio del Ministerio de Igualdad, Sexos y Cochinaditas, su hogar fue custodiado por treinta guardias civiles, que por orden del ministro del Interior, cortaron la calle donde se ubica el chalé y obligaba a los vecinos de la calle a identificarse para poder acceder a sus hogares. Pero no contrató a ninguna empresa de seguridad y alarma. Con los treinta guardias civiles se sentía moderadamente seguro.

La suerte de los millonarios, que no deploro ni envidio. Es más, la comprendo. Sucede que treinta guardias civiles para cada hogar español son muy difíciles de reunir. No hay tantos. De ahí que los de ultraderecha nos veamos inducidos a contratar empresas de alarmas. Que sí, que está mal, porque ya nada nos pertenece y la propiedad sólo se respeta y se custodia si el propietario es comunista. Que ellos son héroes y los que contratamos alarmas, unos desalmados. Pero en el fondo, muy en el fondo, algo de razón y más de un motivo tenemos a nuestro favor. Razones y motivos de ultraderecha, pero a falta de 30 guardias civiles, 30 servidores públicos concentrados en una sola casa, para impedir que nos quiten nuestra propiedad, los de ultraderecha tenemos que recurrir a las alarmas.

Y aguardar acontecimientos, claro. Y si vienen a ocupar nuestras casas, abrazar a los invasores y no ponerles pegas ni obstáculos. De hacerlo, la cárcel nos aguarda.

Es usted un héroe, Pablo.