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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Ayuso

El debate del estado de la región se salda otra vez con una paliza por incomparecencia de una izquierda más perdida que un burro en un garaje

Madrid es la región de España que más aporta al PIB nacional, por encima de Cataluña, desvencijada por los cuatro pollinos del Apocalipsis que son Colau, Junqueras, Puigdemont e Illa.

Tiene menos paro que la media española, la máxima renta junto al País Vasco y Navarra y, a diferencia de ellas, repartiéndola: cerca del 75 por ciento de los fondos de cohesión autonómicos tienen origen madrileño, algo que vascos y navarros no pueden decir. Porque para ellos, más históricos al parecer que Castilla, Aragón o León, está vigente un régimen fiscal similar al de Gibraltar.

También dispone del menor recargo fiscal del tramo autonómico del IRPF y, en general, de unos impuestos algo más bajos que el resto, pese a lo cual su recaudación no ha dejado de crecer y es superior a la de otras comunidades presididas por asaltantes de caminos de la misma banda que el ministro de Hacienda de turno, tan bandolero con el PSOE como con el PP.

En síntesis, pues, el madrileño dispone de más dinero, paga menos impuestos, comparte más su renta y sufre menos desempleo. Y hasta la llegada desde Mordor de Pedro Sánchez, que decidió intentar ganar en Madrid por el estúpido método de insultar, aislar, denigrar e ignorar a sus habitantes; carecía por completo de un mínimo sentimiento identitario.

Los madrileños, en fin, somos esos tipos que buscamos pueblo de adopción toda la vida y nos encanta que un paisano de Cuenca nos diga, a los tres días de llegar, dónde se comen las mejores bravas del foro y cómo se llega a Las Vistillas.

Todo el mundo es madrileño porque nadie es madrileño, un curioso fenómeno que nos transforma en esa eterna clase charnega feliz que tanto detestan los catetos con barretina o txapela, expendedores de certificados de correcta catalanidad o impura vascuencidad que transforman la mayor casualidad de nuestras vidas, el lugar de nacimiento, en el absurdo epicentro de su lugar en el mundo.

Ayuso, que le ha dado la del pulpo a la izquierda como antes lo hicieron Gallardón, Aguirre o Cifuentes, lo ha hecho además en peores circunstancias que todos ellos: Sánchez ha hecho con Madrid lo que Rusia con Ucrania y ella le ha respondido como Zelenski a Putin y ese puntito de chulería castiza que hace coplas y rimas con todo lo que lleve un cinco o acabe en toledano.

Madrid no es perfecta, y Ayuso menos. Y sus políticas no son complejas, a diferencia del torbellino ideológico, burocrático y cada vez más quinquenal de esa izquierda falsamente progresista que primero te quita la pasta y después te devuelve unos céntimos en una bolsa de racionamiento del Carrefour.

Pero tiene algo que cualquiera podría emular, incluso Sánchez si dejara de creerse Kennedy y recordara que es un niño bien de Pozuelo: te deja hacer, por convicción o por necesidad, que Madrid no es de aguantar a Pepes Botella ni a la propia Ayuso si se afrancesara.

Ayuso pone de los nervios a sus rivales porque ha entendido que su mayor debilidad es su gran fortaleza: no les puede molestar demasiado a los madrileños, les debe cobrar lo justo y devolverles una parte en unos servicios razonables que siempre podrán mejorar.

Hasta un niño de cinco años lo entendería: que algún alma caritativa le presente uno a Sánchez. Y no vale Bolaños.