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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Dios salve a la Reina

Que algo cambie para que todo siga igual. Porque lo que debe seguir igual es precisamente lo que da sentido a la Monarquía y envenena los sueños de los enemigos de España

La Reina cumple mañana 50 años. A Letizia Ortiz la conocí ejerciendo el periodismo, ambas, hace unos cuantos años, escribiendo crónicas de Madrid para el mismo medio. Por tanto, he tenido que digerir ese cambio copernicano del nuevo marco de pensamiento: cualquiera puede ser presidente del Gobierno (a la vista está) y cualquiera puede casarse con un apuesto Príncipe y ser Reina consorte. Entendido. Seguro que la esposa de Don Felipe no es ni la maléfica que dibujan algunos, como una suerte de caballo de Troya republicano camuflado en la Zarzuela, ni tan salvífica como la creen los sanchiperiodistas, que atribuyen a la condición «normal» de la Reina y a su conexión con las élites de izquierda que la institución perviva hoy, a pesar de las galernas que la han azotado.

Creo que lo está haciendo razonablemente bien, pese a no haberlo tenido nada fácil. Pero ahora, aprovechando su cumpleaños, me pregunto hasta dónde habrá de llegar la plebeyización de la Monarquía, esa suerte de modernización que es el tributo que la institución tiene que pagar para que el dóberman podemita y nacionalista, que vive de morder nuestras instituciones, siga atado con las longanizas que Sánchez le regala a nuestra costa. Porque los voraces cancerberos siguen ladrando y no dejarán de hacerlo por mucho que el Rey haya abierto las puertas de la transparencia a Casa y asumido que su padre sea desterrado. Es muy llamativo escuchar a Echenique, condenado por no pagar la Seguridad Social a su empleado; o a Errejón, con una beca cobrada sin currar; o incluso a Monedero, un perito en cuentas bancarias bolivarianas y en no cumplir con Hacienda, intentando sacar los colores a la institución más rentable y apreciada que tiene España: en imagen, en prestigio, en proyección internacional, en estabilidad, en respeto constitucional y en saber estar. Quizá por eso, The Economist ha subrayado un dato definitivo: solo 21 países en el mundo disfrutan de democracias plenas y diez de ellos son Monarquías.

Pedro Sánchez ha instaurado un nuevo paradigma según el cual la Familia Real no tiene que parecer que lo es hasta que termine convirtiéndose en un alto departamento estatal de relaciones públicas. Este presidente cree que cuanto más debilite a la Corona, más parecerá él el rey republicano que persigue ser. Por eso, y siguiendo las palabras de Don Felipe, está muy bien que la Monarquía se renueve y que profundice en la ejemplaridad que piden los tiempos. Pero alguien tendrá que seguir sacando lustre a la Monarquía, ese intangible que solo una institución secular puede guardar. La Reina se mueve en el alambre, escaneada hasta en el más mínimo de sus gestos por la opinión publicada. No es fácil ejercer de cónyuge de un Rey, incluso para aquellas princesas que han mamado de niñas esa educación. El balance ha sido bueno, sobre todo si se mira con perspectiva la distopía en que han tenido que moverse Don Felipe y Doña Letizia, teniendo los enemigos en casa: en el mismísimo Consejo de Ministros.

En la tan exprimida serie The Crown, el Duque de Windsor, cuya renuncia propició que la difunta Lilibeth asumiera la Corona, retrata con precisión a su sobrina Isabel II y, por extensión, a la Monarquía, en un alarde de cinismo cuyo valor radica precisamente en la biografía de quien la pronuncia, que bien conocía la necesaria pompa y circunstancia de la institución, que él no supo respetar. Decía el efímero Eduardo VIII: «¿Qué ciudadano quiere transparencia cuando se puede tener magia? ¿Quién quiere prosa cuando puedes tener poesía? Quita el velo y ¿qué te queda? Una joven corriente de modesta capacidad y poca imaginación. Pero envuélvela así, úntala con aceite y oye, listo, ¿qué tienes? Una diosa». Esa diosa reinó durante 70 años mientras Europa libraba guerras, firmaba treguas y se transformaba en una sociedad descreída, decadente, esclava del microchip y con escasos valores que no pasen por el aperitivo del fin de semana.

Sepan Sus Majestades que el futuro de la Monarquía, una institución que, como sostiene José Antonio Zarzalejos en su libro Un rey en la adversidad, «siempre es frágil porque tiene un sesgo excéntrico en un sistema democrático», estaba ya escrito en la Italia de Lampedusa: que algo cambie para que todo siga igual. Porque lo que debe seguir igual es precisamente lo que da sentido a la Monarquía y envenena los sueños de los enemigos de España.