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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Ministra ejemplar

En los autobuses se habla de fútbol, del calor reinante, de tíos y de tías, y del aumento de las hipotecas y de los aviones de Sánchez. Un medio de transporte nada recomendable. El metro es otra cosa. Un Ateneo rodante

Doña Pilar Llop, ministra de Justicia, representa la ejemplar austeridad en un Gobierno descaradamente derrochador. Ella se traslada por Madrid en metro y autobús. No lo hace en tranvía porque en Madrid los tranvías forman parte de la memoria nostálgica. Recuerdo de niño, «los domingos por la tarde, caminando a Chamartín», la imagen de los tranvías abarrotados de aficionados al futbol, Castellana arriba, rumbo al Bernabéu. Y a unos pocos forofos haciendo el trayecto de gorra encaramados a la cola del vagón y agarrados a cualquier asidero o saliente para ahorrarse el precio del billete. La señora ministra no había nacido, y seguro estoy de que deploraría la frescura de esos aprovechados. Ella, con anterioridad a ocupar su despacho, acude al estanco y compra el bonobús de su propio peculio, después de haber renunciado al coche oficial, el chófer oficial, y la escolta oficial. A veces, si tiene prisa y llega tarde a sus citas y reuniones ministeriales, opta por el metro. Y en el vagón oye a la ciudadanía que, según la señora ministra, no habla de otra cosa que de su preocupación por la actitud del Partido Popular en lo que respecta a la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. La gente, el pueblo, es así. El metro de Madrid ha sido, de siempre, escenario de charlas de gran altura política e intelectual.

La ministra Irene Montero, en los días de invierno, ordenaba a una de sus escoltas calentarle el asiento del coche oficial, porque en Podemos, los culos de las escoltas hay que utilizarlos para calefactar los mullidos asientos de los Audi. Y el señor ministro de Consumo, el comunista Garzón, no se sube a su coche oficial sin que, previamente, el chófer o uno de sus escoltas le abra la puerta trasera. La ministra de Justicia no cae en esas horteradas de chachas y de chachos nuevos ricos. Ella aguarda en la parada del autobús o en la estación de metro la llegada de su medio de transporte urbano elegido, y oye la conversación del pueblo, que está alarmado por el retraso de la renovación del CGPJ, del calentamiento global, del gaseoducto hispano alemán que no aprueba el presidente francés Macron, de la situación de la central nuclear de Zaporiya y de la muerte, por suicidio asistido, de Jean-Luc Godard. En el metro de Madrid, Jean-Luc Godard tenía muchísimos admiradores. En el metro nadie habla de los 19.000 negocios de autónomos y pymes que han cerrado en agosto, porque al usuario del metro nada le afecta que los empresarios se arruinen con los impuestos a mano armada y la cancelación de cualquier ayuda que mantenga a quienes crean modestamente puestos de trabajo. Pero lo del Consejo General del Poder Judicial corre de vagón en vagón como la pólvora, que así lo asegura nuestra sencilla ministra de Justicia, doña Pilar Llop, monja alférez de la austeridad. Si bien, los malpensados y víboras de la húmeda viperina, aseguran que Pilar Llop sólo recorre en metro el tramo que separa una estación de la siguiente con una discreta escolta de tres miembros de su servicio de seguridad. Y que en la estación siguiente, le aguardan los demás escoltas, que amablemente le indican la senda hacia la boca del metro, y que, ya en la calle, le aguarda el coche oficial con su uniformado chófer, el cual, mediante sabia conducción, deposita a la señora ministra a las puertas de su Ministerio. Y que lo mismo sucede cuando usa el autobús, si bien prefiere el metro, porque en los autobuses la gente no expresa su preocupación por el retraso en la renovación del CGPJ. En los autobuses se habla de fútbol, del calor reinante, de tíos y de tías, y del aumento de las hipotecas y de los aviones de Sánchez. Un medio de transporte nada recomendable.

El metro es otra cosa. Un Ateneo rodante.