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HorizonteRamón Pérez-Maura

El privilegio de entrevistar a Sánchez

La entrevista es un género periodístico que puede ser muy difícil. Un género en el que, como ha demostrado esta semana Xabier Fortes, entre lo sublime y lo ridículo apenas hay un paso. Y a fe que el periodista de TVE lo ha dado

Confieso que en mis 33 años de profesión en este duro oficio del periodismo he sido una persona muy afortunada que he podido entrevistar a muchos jefes de Estado o de Gobierno o muy altos mandatarios. Son entrevistas difíciles de negociar. Como es lógico, el periodista quiere preguntar lo que le dé la gana y el entrevistado quiere delimitar los territorios por los que pueden deambular las preguntas.

Discúlpenme por decirlo, pero creo que soy el único periodista español que ha entrevistado a tres secretarios de Estado norteamericanos en el ejercicio de sus funciones: Colin Powell –¡tres veces!–, Condoleezza Rice y Mike Pompeo. He entrevistado dos veces a Margaret Thatcher, una a Aznar y otra a Rajoy, entre muchos otros, y tuve el privilegio de hacer la primera entrevista tras ganar las elecciones a personalidades como el presidente Jorge Sampaio de Portugal, el presidente Andrés Pastrana de Colombia o el Rey Simeón de los Búlgaros tras ganar las elecciones legislativas que le convirtieron en primer ministro.

La lógica polémica que ha desatado el bochornoso comentario realizado por Xabier Fortes tras su entrevista el pasado martes al presidente del Gobierno –«Bueno, bien ¿no?»– me ha hecho avergonzarme de que en esta profesión pueda haber colegas que se enorgullezcan de su servilismo de esta manera. El entrevistador puede dar el tono que tenga por conveniente a sus preguntas, mayor o menor agresividad, acento inquisitorial o ceremonioso. Lo que no puede hacer jamás es buscar la aprobación del entrevistado cuando termina sus preguntas.

Yo he tenido varias entrevistas muy curiosas. Alguna verdaderamente increíble. Mencionaré dos. Sin duda la más extraordinaria fue la que hice al hoy Rey de Marruecos en el palacio de Les Sablons de Rabat para ABC el 9 de mayo de 1997. La entrevista, primera que dio en su vida, era el resultado de una lucha de poder entre el entonces ministro del Interior, Driss Basri, hombre del núcleo duro del Rey Hassán II, y el consejero personal del Monarca, André Azoulay, un judío marroquí amigo de la diplomacia y padre de la hoy directora general de la UNESCO, Audrey Azoulay. Basri quería mantener al heredero callado y encerrado y Azoulay apostaba por empezar a presentar el Príncipe ante el mundo. Fui convocado a Rabat donde me pasé cinco días negociando con el entorno de Azoulay lo que quería preguntar al Príncipe Mohamed y yo, con la ceguera de mi juventud, no veía la forma de plantear las cuestiones que deseaba. Cada vez que decía una pregunta que quería hacer, recibía un no. Hasta que al fin fui recibido por el gran André Azoulay, que me desasnó. Con toda claridad me dijo que no había ningún tema sobre el que no pudiera preguntar al Príncipe: derechos humanos, Sahara, pesqueros españoles, Ceuta y Melilla. Lo que yo quisiera. Lo único era que formulase mi pregunta de forma que la respuesta del Príncipe no se pudiera interpretar como un juicio al reinado de su padre. Aprendí mucho en aquella entrevista.

Como en la que hice en junio de 1996 al presidente de Colombia, Ernesto Samper, que había comprado a casi todo el Congreso para no ser condenado por haber aceptado el dinero del Cartel de Cali para ser elegido presidente dos años antes. Por primera y única vez en mi vida profesional afronté un entrevistado que, amparado por su dignidad presidencial y sin la presencia de cámaras, me mentía con descaro en sus respuestas. Y yo sabía que él me mentía. Y lo que es peor, él se sonreía sabiendo que yo sabía que él no me decía la verdad. Y yo, impotente, no podía más que recoger sus palabras sabiendo que él sabía que yo sabía que él no me decía la verdad. Igual que hace Sánchez con sus entrevistadores. Pero les aseguro que no le agradecí sus respuestas cuando terminamos.

La entrevista es un género periodístico que puede ser muy difícil. Un género en el que, como ha demostrado esta semana Xabier Fortes, entre lo sublime y lo ridículo apenas hay un paso. Y a fe que el periodista de TVE lo ha dado.