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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Feijóo y Barcelona

Si Feijóo hubiera estado ayer en la manifestación con nuestros conciudadanos aniquilados por el nacionalismo, no hubiera estado de más

En España hay dos cosas que se nos dan de perlas: jugar a ser seleccionador nacional (o entrenador de nuestro equipo local) y dirigir el PP desde el sofá de especialistas en pedigrís conservadores. Luego están ya los que desde la izquierda o el nacionalismo xenófobo pontifican y otorgan o quitan carnés democráticos a los líderes del centro-derecha en España. Una anomalía que solo ocurre en nuestro país: los extremistas son los que dicen situarse en el centro y desde allí aprueban o suspenden en moderación a los que no son de su cuerda. Delirante.

Pero hoy quiero detenerme en los de la ribera derecha del Manzanares, los prescriptores de opinión en la villa y corte, ese río madrileño que baja sin agua, pero con litros y litros de saliva de defensores de las esencias de la derecha pata negra, entregados a poner de hoja perejil a Alberto Núñez-Feijóo porque no acudió ayer a la manifestación para defender el español en las aulas catalanas, que fue todo un éxito, donde sí estuvieron Inés Arrimadas y Santiago Abascal. Bien por ellos, a pesar de que la líder de Ciudadanos llega muy tarde, tras haber dejado abandonados en 2017 a la mayoría de constitucionalistas que la apoyaron, a los que cambió por un puesto en Madrid, que a no tardar será su sepulcro político.

Quizá Feijóo debería haber acudido ayer. Es opinable. Mandó a Cuca Gamarra, la número dos de Génova: no pequeña representación, digo yo, Pero de esa ausencia deducir que ha tirado por la borda la ilusión de la mayoría de catalanes que se sienten españoles o poco menos que colegir que su decisión le convierte en un líder blando y sin ideología, que no da la batalla cultural, me parece una hipérbole injusta y temeraria. Supongo que no hará falta explicar que Feijóo es del PP, de derechas de toda la vida, comparte y lucha por la libertad de los catalanes aplastados por el independentismo y es precisamente esa determinación contra los enemigos de España y su inequívoca solvencia en la gestión la que le ha otorgado cuatro mayorías absolutas en Galicia. Si hay un partido y un político que puede torcer el brazo a Pedro Sánchez es el líder popular gallego, que no es un camuflado izquierdista, ni un acomplejado de la derecha, dispuesto a esconderse detrás de las faldas del bipartidismo. Supongo yo que entre los 627.762 gallegos que le dieron la mayoría absoluta en su tierra hace dos años no todos serán electores blandengues, como los hombres de Irene Montero, que tanto les da la unidad de su país y los derechos de sus compatriotas, los catalanes.

Todo es discutible. Si Feijóo hubiera estado ayer en la manifestación con nuestros conciudadanos aniquilados por el nacionalismo no hubiera estado de más. En su discurso de Toledo no descuidó lo mollar: su defensa del castellano y la aplicación de «todas las herramientas» del Estado para conseguir que sea respetado. Nada diferente a la senda que ya dejó escrita el PP en 2017. Como recordó ayer en El Debate Carmen Martínez Castro fue el partido que aplicó el 155 y destituyó a todo el Gobierno separatista.

Que nadie olvide que para que Sánchez salga de la Moncloa, para que el padre de Canet no vea pisoteado los derechos de su hijo y acaben las políticas de claudicación del Estado con los que mandan en Cataluña, hace falta que un señor gallego al que ahora acusamos de flojito gane dentro de un año largo. Para restablecer el castellano como lengua vehicular primero hay que derrotar a la mayoría Frankenstein, que disfruta como un niño con los pellizcos que recibe de los suyos su único rival con posibilidades. Y si a finales del próximo año eso sucede, será el momento en que los catalanes exijan al nuevo presidente, que tendrá que demostrar un liderazgo moral que trascienda su incuestionable solvencia en la gestión, que cambie las políticas que solo están favoreciendo a los separatistas. Lo demás está muy bien, es muy saludable la crítica, pero Sánchez seguirá tan fresco en la Moncloa mientras la derecha llama tibio o cosas peores al único español que puede cambiar nuestro funesto horizonte.