Scariolo y Sánchez
El presidente no era «fan» del enorme entrenador allá por 2011, una metáfora de la capacidad visionaria de un político que no pasaría ni a cuartos
Ninguno resistimos bien nuestra propia hemeroteca, como tampoco esas fotos antiguas que nos transforman en caricaturas prehomínidas de nosotros mismos, con esas prendas y esos cortes de pelo que hoy merecerían la intervención del Tribunal de La Haya y un documental de El hombre y la tierra.
Esta evidencia, por cierto, vale para la historia: no hay nada más absurdo, o malintencionado, que juzgar el pasado con los ojos del presente, para ajustar cuentas sectarias con el burdo truco de aplicar los principios y valores vigentes a tiempos que frecuentaban y aplicaban otros necesariamente más toscos.
El revisionismo acaba siendo así una suerte de negacionismo inverso, que pretende sortear los meandros de la historia y las circunstancias del pasado para adaptar al presente, con fines espurios, capítulos tan remotos como irrepetibles: no hay nada más tonto que un podemita llamando genocida a Colón, salvo un podemita tildando de holocausto el Descubrimiento de América.
Lo único insobornable de la historia, decía Octavio Paz, es la arquitectura, que modela Latinoamérica como testimonio de una huella española alejada del prejuicio insultante cacareado por, al menos, medio Gobierno.
Pero lo más curioso de los intransigentes viajeros al pasado remoto es la indulgencia que muestran consigo mismos cuando el experimento recuerda sus expediciones a destinos más próximos: ahí tienen a Pedro Sánchez tratando de borrar lo que decía de asociarse a Podemos, de ser presidente gracias a ERC, de pactar con Bildu y Otegi, de enjuiciar a Puigdemont e, incluso, de Sergio Scariolo.
Del entrenador de la selección española de baloncesto, a quien convendría dejar de llamar La Roja para no confundirla con Yolanda Díaz y acabar todos Motomamis perdidos, dijo el insigne presidente allá por 2011, cuando era igual de frívolo pero no viajaba en Falcon, que era lo único que nos fallaba.
Su glorioso mensaje era exactamente este: «eso eso (sic) espero que ganemos en Lituania aunque te reconozco que no soy fan de Scariolo y ahí es donde fallamos: el entrenador».
Los errores de puntuación y el uso de expresiones infantiles vienen en el original y ya dicen algo del personaje, como confirma la ciencia. Un estudio desarrollado por el Centro de Investigación Económica Ragnar Frisch en Noruega y refrendado con su publicación en la revista de la Academia de Ciencias de Estados Unidos ya ha demostrado una regresión del cociente intelectual a partir de 1975, relacionado tal vez con el desarrollo de la tecnología y su conexión con la reducción del vocabulario y el desaliño en la escritura: somos lo que pensamos, y pensamos como escribimos.
Pero más allá de lanzar aquí la «Conjetura de Sánchez», según la cual las prestaciones de su cabeza se reducen en relación inversamente proporcional a la indigencia de su redacción pretérita, para concluir que tanto él como yo y los nacidos a partir de los 70 somos más imbéciles aunque tengamos distinto impacto en los demás –no es lo mismo un cretino con el BOE que un bobo con una Olivetti– queda otra moraleja presidencial.
Si con el pasado es una vulgar mezcla de desmemoriado y revisionista, con el futuro es una calamidad, un tarotista con la misma capacidad de adivinación y anticipación que un timador de madrugada.
La buena educación de Scariolo, una lección andante de que el esfuerzo y sacrificio en las peores circunstancias rinden más que el asistencialismo perezoso característico del sanchismo, le impedirá ahora replicar al visionario Nostradamus de Moncloa.
Pero qué bonito sería escucharle a don Sergio, en cualquier momento que tenga a bien, algo del tipo «España es un gran país con todo para salir adelante, pero nos equivocamos de presidente».