Lo que se esconde tras la renovación del Constitucional
Como ciudadano tengo el derecho a decirlo. Como periodista, tengo la obligación moral de denunciarlo
La España de los próximos años nos la jugamos en los nombramientos de los futuros miembros del Constitucional. Ya sabe el lector que el actual inquilino de la Moncloa no tiene escrúpulos ni sentido de la Historia, de ahí que le importe muy poco el porvenir de este país, mientras él pueda dormir caliente. Es una pena. Ha logrado radicalizar este país y enfrentarlo como nunca lo había estado. En esa espiral en la que entró, con el apoyo de golpistas y antiguos terroristas, quiere dejar un Constitucional que, aunque él pierda las elecciones, ya no permita dar marcha atrás a toda la ingeniería social que ha puesto en marcha, incluida la Ley de Memoria Democrática, auténtico bodrio legal y cultural, además de un atentado a la libertad. Si, como pretende Sánchez, el Tribunal Constitucional queda formado por un notable desequilibrio de siete magistrados de sensibilidad de izquierdas –no volvamos a llamarles jamás «progresistas»— frente a cuatro de centroderecha, el golpe a la convivencia democrática estaría perpetrado. No espero nada, ni conciencia ni honestidad intelectual en ninguno de ellos. Como ciudadano tengo el derecho a decirlo. Como periodista, tengo la obligación moral de denunciarlo. Nos jugamos mucho en la futura formación del TC. El Gobierno más abrasivo y tóxico de la historia reciente nos va a dejar un armazón de leyes mal escritas y peor pergeñadas que van a recibir el aval de un TC nacido del disenso y la confrontación y que van a dificultar la concordia entre la ciudadanía. Falta altura de miras y sobra sectarismo, pero que no sea porque no hemos avisado. Detrás de la maniobra del Constitucional, los españoles nos jugamos el futuro.