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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Los impuestos punitivos de Sánchez

El presidente no necesita subir impuestos; de hecho, está recaudando mucho más de lo previsto gracias a la inflación

Pedro Sánchez quiere hacer historia y ser el único político del mundo capaz de ganar las elecciones anunciando subidas de impuestos. No lo hace en el marco de un plan de consolidación fiscal ni porque haya decidido seguir las recomendaciones del aquel Libro Blanco para la Reforma Fiscal que cría telarañas en algún cajón del Ministerio de Hacienda. Tampoco porque se vea urgido por Europa a encarrilar las cuentas públicas ya que ningún presidente español ha tenido un trato más condescendiente por parte de Bruselas que Pedro Sánchez.

Sánchez no necesita subir impuestos; de hecho, está recaudando mucho más de lo previsto gracias a la inflación. El aumento generalizado de precios es un cáncer para las economías familiares, pero a los gobiernos no les viene tan mal al diluir sus desequilibrios económicos e incrementar la recaudación. Ahí tienen esos más de 20.000 millones de ingresos fiscales caídos del cielo gracias a la inflación y a los que el Gobierno no parece dispuesto a renunciar en ningún caso.

Los impuestos de Sánchez tampoco responden a un plan de mejora de la eficiencia de nuestra fiscalidad que reclaman todos los expertos. Las nuevas figuras impositivas surgen al ritmo de las urgencias políticas y las ocurrencias de los gurús que pululan por la Moncloa. Hace cuatro meses el gobierno rechazó la propuesta de Podemos de crear un impuesto a las grandes fortunas, ahora lo abraza con entusiasmo sólo para confrontar con el Partido Popular. Así nos está quedando un sistema fiscal tan Frankenstein como la mayoría parlamentaria que sustenta a este gobierno.

Los impuestos de Sánchez no pretenden aumentar la recaudación ni buscar la cohesión social, son figuras demagógicas diseñadas para castigar, según la terminología acuñada por Ximo Puig en un ataque de sinceridad. Se promete castigar a los ricos con un impuesto extraordinario, se pretende castigar con la centralización a las comunidades autónomas díscolas que se atreven a eliminar el impuesto de patrimonio y se castiga con impuestos extraordinarios a bancos y empresas del sector energético, porque Sánchez ha decidido que alguien tiene que hacer de malo en esta crisis y no va a ser él.

Estamos ante un nuevo modelo fiscal, desordenado y chapucero. Son los impuestos punitivos, diseñados con criterios y objetivos políticos para desviar el malestar social hacia unos falsos culpables. Todo un alarde de retórica populista para camuflar un dato tan llamativo como que la clase media, esa a la que se dice defender, está pagando un 18 % más de IVA y un 17 % más de IRPF que el año pasado.

Donald Trump llegó a afirmar que podría pegarle un tiro alguien en la Quinta Avenida y no perder ni un solo voto. Pedro Sánchez está convencido de que puede subir los impuestos y ganar las elecciones. Ambos van sobrados de vanidad y cortos de escrúpulos. Ambos fundamentan su política en la polarización y el rencor. Y a ese plan responden los impuestos de Sánchez, otro instrumento más para la tensión; la recaudación es lo de menos.