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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Isa Serra

Albares de Copas no arregla nada de España en el mundo, pero al menos deja todo afinado para que las amigas de Montero conozcan Nueva York tranquilas

Debe ser muy chupi levantarte cada mañana, mirar al espejo y ver allí a Isa Serra. Ser Isa Serra es fantástico: en los 34 años que te adornan, todo lo que te ha pasado es maravilloso. Un día fundas Juventud sin futuro, que ya era un oxímoron indiciario de lo que vendría después: lo único que tiene asegurado la juventud es el futuro, aunque sea malo y no esa cómoda estantería donde Anatole France colocaba los sueños.

De allí saltó al 15M, convertido ya en una fecha histórica que sirvió para dar trabajo a los más listos de la acampada y para dejar sin tienda de campaña al resto. Isa, que entre su asociación y el movimiento había pronosticado dos veces un horrible porvenir, falló al menos en lo relativo a sí misma y pisó en 2015 moqueta por primera vez, con apenas 26 tiernos añitos.

Y desde entonces no volvió a pisar baldosa fría ni a poner a prueba sus glándulas sudoríparas en algún trabajo de verdad: su hoja de antecedentes penales tiene más líneas que su vida laboral, tan escasa como la de tantos dirigentes del momento que dicen saber arreglar el mundo sin haber pasado primero por un almacén de logística.

Fue diputada, portavoz, coportavoz y ahora asesora, siempre con cargo al erario público y siempre a la sombra de Podemos, la ETT de la subversión controlada: no querían cambiar nada, salvo sus vidas.

Entre medias de tan conmovedor bagaje, Isa agredió a una mujer, objeto de protección especial del feminismo garbancero con alguna excepción: si eres víctima del exmarido de Mónica Oltra; militas en PP, Vox o Ciudadanos o eres policía municipal, la violencia desaparece y lo que sufran es irrelevante, legítimo o incluso necesario.

Y llegamos al premio a todo ello: un viaje a Nueva York, con todos los gastos pagados y en el Falcon, en compañía de la pandi, para tratar alianzas ecofeministas, inclusivas y abortistas con otras cuatro Isas americanas, necesarias para mantener la ficción de que todas hacen algo: hoy venís vosotras de turismo y nosotras somos la coartada y mañana a la inversa y así todas conocemos mundo por la filosa.

Lo curioso del caso es que Serra pudo entrar en los Estados Unidos gracias a los desvelos de José Manuel Albares de Copas, ese señor bajito que hace grandes cosas por Marruecos y tiene una agenda internacional inédita desde los tiempos de Yalta y Potsdam en la que sorprendentemente ha encontrado hueco para ayudar a la jovencita sin futuro.

No sabemos qué pasó realmente con Argelia. Tampoco qué pintamos exactamente en Bruselas ni en Washington. Nos tememos lo peor con media Latinoamérica. Padecemos a un Gobierno que desprecia mucho a Putin a la vez que se niega a ayudar más a Ucrania. Sospechamos algo grave con Marruecos y tenemos a un presidente espiado en un teléfono con más fallos de seguridad que la locomotora del tren de la bruja.

Pero Albares al menos ha arreglado lo de Isa Serra, que pudo acceder a Estados Unidos como si fuera parte del Gobierno, para conocer Times Square con las amigas, hacer posados bonitos y seguir trabajando, al volver a España, para que efectivamente el futuro sea una mierda y al menos pueda decir que ese presagio lo clavó.