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Pecados capitalesMayte Alcaraz

A ver quién se come el marrón

No hay cantera ni valiente que quiera presentarse en Valencia, Barcelona o Madrid, donde todavía le duelen los huesos al PSM del revolcón que Ayuso les propinó

Está Sánchez a la busca y captura de desechos de tienta o, en el mejor de los casos, de víctimas propiciatorias para que pongan la cara en las elecciones autonómicas y municipales del próximo mayo y reciban las bofetadas electorales con las que los españoles gustarían aplaudir en los carrillos del presidente, tan pétreos ellos. No tiene fácil el líder socialista hacer ese casting, porque los comicios locales tienen toda la pinta de que serán las primeras paladas de tierra sobre la tumba política del peor presidente del Gobierno que ha tenido España. Han de estar muy necesitados de nómina pública o de minutos de gloria en el telediario (abocados a ser minutos de infierno) para aceptar tamaño marrón.

Clásicos como Page o Fernández Vara repetirán porque creen contar –que está por ver– con un plus de marca por encima de las siglas que representan y, por supuesto, de Sánchez, y están convencidos que eso les salvará del aquelarre. Pero como el gran líder ha desmantelado por completo el PSOE, convirtiéndolo en su particular politburó, no hay cantera ni valiente que quiera ir a otras plazas, por ejemplo, a las de Valencia, Barcelona o Madrid, donde todavía le duelen los huesos al PSM del revolcón que Ayuso les propinó. Lo único que le queda a Sánchez es ir tirando de ministros con estómagos tan agradecidos y medrosos que le dirán que sí, porque prefieren la incertidumbre de una candidatura-trampa a la certera guillotina que les ejecutará, la misma que ya han probado Ábalos, Calvo y Lastra.

Una que parece destinada al pudridero electoral es la ministra Carolina Darias. Perfecta criatura sanchista: mucha sonrisa, mucha palabra hueca (con delicioso acento canario, eso sí) pero ni una buena acción. Sucesora del ínclito Illa y, por tanto, corresponsable de que seamos el país en el que más muertos provocó la covid (en 2020 hubo registradas 493.000 muertes más que el año anterior, terrible cifra que el Gobierno no ha querido aclarar), desde que asumió el cargo hace año y medio ha bailado la yenka continuamente: pasará a la historia como la primera ministra en el mundo a la que su propio gabinete de prensa tuvo que corregir cuando anunció que nos iban a inocular a todos la cuarta dosis de vacuna, sin que hubiera ni una opinión científica que lo avalara.

A Darias se le unirá en el camino al cadalso, según cuentan en Ferraz, Margarita Robles, Grande-Marlaska o Bolaños para disputar la capital de España, de donde Sánchez ha desplazado a la delegada del Gobierno, Mercedes González, a la que él mismo colocó y ahora saca de la ecuación sin escrúpulo alguno. Sánchez ya mandó a Madrid a su entrenador de baloncesto, Pepu Hernández, para hacer el mayor de los ridículos que se conoce en la villa (cuarta posición), por encima incluso de la genial idea de Zapatero de facturar de paracaidista en 2007 al ministro Miguel Sebastián contra Gallardón. El que fuera alcalde del PP lo masacró en las urnas y desde entonces Sebastián pontifica de economía por las televisiones cómo única salida al batacazo. Desde hace 33 años, en tiempos de Tierno y Barranco, los socialistas viven en la oposición y los desmanes de Sánchez y el buen posicionamiento de Almeida no parecen que vayan a cambiar esa situación. Como a Ayuso la da por perdida le pondrá de rival a Juan Lobato, un socialista de toda la vida, que tiene buenas intenciones, pero nada más.

Ya veo a cualquiera de los elegidos para desfilar al precipicio explicándole a los madrileños, valencianos o murcianos cómo se gobierna España coaligándose con los que la odian. Van a tener que afinar mucho las trolas. Porque está claro ya que quien gobierna la nación es precisamente el que más la odia.