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HorizonteRamón Pérez-Maura

Las feministas, desaparecidas

Esta es la hipocresía de nuestra izquierda feminista y, especialmente de Pablo Iglesias y sus adláteres que llevan años viviendo del dinero iraní, fomentando la degeneración moral de nuestro país, mientras esa degeneración se paga con la vida en el país de los patrocinadores de sus políticas. Con un par

Haré una confesión: corría el año 1982 y yo estudiaba en Suiza, en el Institut Dr. Schmidtt, en Lutry. Yo le intentaba hablar a una joven iraní, Shamira Meshkaty –recuerdo bien el sonido de su nombre, pero no estoy tan seguro de la ortografía, con las complicaciones añadidas de la transliteración del persa. Creo que le cogí la mano dos o tres veces y me hablaba siempre de su sueño por volver a un Irán que ya no existía tras la revolución tres años antes. Shamira todavía creía en el Irán occidentalizado en el que había reinado el Sha, al que sirvió su padre. Un Irán del que tuve múltiples testimonios por mi viejo y llorado amigo Ardeshir Zahedi, que estuvo casado con Shahnaz Pahlevi, hija del Monarca, y fue ministro de Asuntos Exteriores entre 1966 y 1971 y embajador en Estados Unidos y el Reino Unido en tres periodos, antes y después de su paso por el Ministerio.

Ese Irán del que me hablaban era una isla occidentalizada en Oriente, con libertad religiosa y sin la imposición del hiyab. Recuerdo bien la anécdota que contaba el embajador Alberto Escudero, destinado el 16 de septiembre de 1978 en Irán en un puesto secundario de la legación española. Contaba Alberto que aquella noche, tras la cena, una Princesa Imperial le invitó a su casa y mientras ella tomaba un baño, él se quedó en el salón dando cuenta de una fuente de bombones. Cuando al fin apareció la anfitriona en su bata de seda, le miró mientras se comía los últimos chocolates y exclamó –en inglés: «¡Alberto! ¡Son laxantes!». Supongo que no hace falta que detalle dónde pasó Escudero el resto de la noche, que no fue precisamente junto a la Princesa. Y en medio del terremoto propio, surgió el ajeno, que Alberto no acertaba a diferenciar del suyo: fue un seísmo IX en la escala Mercalli, cuyo epicentro estuvo en Tabas, a unos 600 kilómetros de Teherán y causó unos 20.000 muertos.

Cuento esta anécdota como muestra de la liberalidad del Teherán del Sha. Por muchos errores que él pudiera cometer, la libertad era infinitamente superior a lo que hoy se sufre bajo la tiranía de la teocracia de los ayatolás. El derrocamiento del Sha en 1979 fue celebrado en Occidente como la liberación del pueblo iraní. Hace falta ser imbéciles.

Lo que más me indigna –porque hace tiempo que dejó de sorprenderme– es la hipocresía de los movimientos supuestamente feministas y defensores de los derechos de la mujer. Llevamos ya dos semanas viendo la respuesta de las mujeres iraníes al asesinato por la «Policía de la moral» de una joven veinteañera por llevar mal cubierto el cabello. Gravísima ofensa, qué duda cabe, que en este Teherán amerita perder la vida. Yo me pregunto a qué esperan esos movimientos feministas españoles y occidentales a tomar las calles en manifestaciones contra una dictadura en la que una mujer pierde la vida a manos de la Policía por un supuesto delito como ese. ¿Se imaginan lo que hubiera ocurrido en nuestras calles si una terrorista palestina hubiera sido detenida por la Policía israelí después de perpetrar un atentado y ella hubiera muerto también durante el interrogatorio? Y hablo de un caso en el que la palestina hubiera matado a una o varias personas, cosa que la víctima iraní de la Policía de la moral no hizo.

Esta es la hipocresía de nuestra izquierda feminista y, especialmente, de Pablo Iglesias y sus adláteres que llevan años viviendo del dinero iraní, fomentando la degeneración moral de nuestro país, mientras esa degeneración se paga con la vida en el país de los patrocinadores de sus políticas. Con un par.