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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El problema catalán se apellida Sánchez

Las peleas de iluminados en Barcelona no amenazan a España, pero los pactos de los socialistas con ERC, sí

A veces los pueblos, incluso los más cabales, caen en un rapto de enajenación mental transitoria y les da por autolesionarse. El ejemplo más señalado fue la culta y admirada Alemania corriendo ciegamente tras Hitler. Pero hay más casos: Argentina nunca se ha curado desde el día en que se infectó de peronismo, Cuba podía ser un país próspero y se ha quedado en un reparto chungo de miseria, Venezuela se ha inmolado con una dictadura bolivariana, Rusia soporta una cleptocracia caudillar con delirios imperiales…

Cataluña también se ha pegado un tiro en un pie, víctima de una obsesión independentista fomentada desde el propio poder regional y cuya propaganda pagamos todos los españoles en lacerante sarcasmo (el Ejecutivo catalán, quebrado, se llevó el grueso del fondo de rescate autonómico del Gobierno de Rajoy, que nunca ha devuelto, pero sigue dilapidando a manos llenas: 2.480 euros por catalán en los primeros seis meses de este año, frente a 1.822 por andaluz, según ha calculado aquí mismo el profesor Riera).

Se cumplen estos días cinco años desde el golpe de Estado con el que Junqueras y Puigdemont intentaron imponer a la brava la independencia de Cataluña. Pincharon por tres motivos:

1.-En realidad no existe una mayoría social a favor de la ruptura con España, pues basta con ver cuales son los apellidos catalanes más comunes: García, Martínez y López (vaya por Dios, ni Puigneró ni Giró).

2.- El Estado, que arrastró los pies cuando el pulso sedicioso ya nos llegaba hasta las cejas, se movilizó tras el oportuno y crucial discurso de Felipe VI y frenó el golpe.

3.- La UE y Estados Unidos no querían una Cataluña independiente, que pudiese animar un rosario de nuevos mini países.

Desde entonces no han vuelto a intentar otro golpe, por una razón bien sencilla: la cárcel; a nadie le gusta pernoctar en la trena. Pero su objetivo sigue siendo el mismo y continúan trabajando a diario por esa meta, aunque a veces nos distraigamos con sus peleas de sectas de iluminados. El principal pagano de monotema separatista son los propios catalanes. Se han ido para no volver muchas de sus joyas empresariales, se ha enrarecido su clima social, la región se ha vuelto antipática para los inversores y profesionales del resto de España, su antaño formidable pulso cultural ha decaído y se ha paletizado y la gestión ordinaria de su Gobierno es pésima. Pero bueno: cada uno tiene lo que vota y acepta los lavados de cerebro que acepta.

Con semejante panorama, el frenopático político catalán no supondría una gran amenaza para la unidad de España de no ser por la posición de Sánchez. Si el PSOE y el PSC, que es también un partido nacionalista, estuviesen en su sitio, alineados al cien por ciento con PP y Vox para no pasar ni una al separatismo, el problema catalán resultaría molesto, pero no grave. Sería como esos vecinos que a veces dan un portazo intempestivo a deshora, poco más. Hoy el problema catalán se apellida Sánchez. No hay que mirar al dedo que señala a la luna. Hay que mirar a la propia luna. Lo importante no son los psicodramas de ERC con la tropa del estrafalario Puigdemont. Lo importante y muy preocupante es el pacto de ayuda y sostén mutuo que tienen firmado Sánchez y Junqueras, cuyo próximo paso consiste en asaltar el TC, plegándolo al nacionalismo, para hacer posible en la próxima legislatura alguna forma de consulta tipo autodeterminación.

Hoy la unidad de España está amenazada desde la propia Moncloa. Un acto de pura felonía, que es la principal razón por la que urge pasar la penosa página de Sánchez.