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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Singapur en el Támesis

Los ingleses van a crear una suerte de mini paraíso fiscal, es el camino que les queda, y no les irá mal

Liz Truss, la flamante primera ministra británica, arrastraba fama de ser un poco veleta y chapucera con los detalles, y lo ha confirmado a lo grande. De ideología liberal y fan de Thatcher (aunque me temo que no le llega al tacón), Truss aterrizó en el Número 10 animada por una buena idea: relanzar una economía comatosa aplicando una fiscalidad más cómoda, capaz de dinamizarla y atraer capital. Pero envenenada de populismo, como tantos políticos actuales, se propuso la quimera de soplar y sorber al mismo tiempo. Es decir: jugar la carta de los subsidios asistenciales, congelando durante dos años el recibo de la luz y el gas, con un coste de 100.000 millones de libras de dinero público al año; y al tiempo lanzar un sensacional recorte de impuestos. Con este extraño guiso de intentar ser al tiempo peronista y liberal, a la intrépida Truss y a su osado ministro del Exchequer se les olvidó un detallito: ¿cómo se va a pagar la fiesta? ¿Cuál será el pufo que deje en las arcas públicas semejante orgía de gasto? Los mercados arquearon las cejas perplejos ante su plan presupuestario. La libra se fue al carajo y el Banco de Inglaterra ha tenido que sacar la manguera para intentar sofocar el incendio.

Y sin embargo, probablemente Truss tiene razón en su idea de fondo. Aunque por orgullo nacionalista todavía no lo explicita, su plan parece claro: el Reino Unido, un país a la baja y que se equivocó rompiendo con su mercado natural con el Brexit, no tiene mucha más salida que convertirse en una especie de Singapur en el Támesis, un imán para el dinero global ofreciendo una fiscalidad baja, seguridad jurídica y máxima facilidad para los negocios.

El Reino Unido presenta una productividad pobre (los ingleses se venden muy bien, pero son bastante vaguetes), unas infraestructuras obsoletas y tiene su unidad nacional en cuestión. Ya no volverán a inventar la máquina de vapor, gobernar las olas y conformar un imperio dominador del mundo. Les queda el poder blando –que se gana con potencia cultural y con espectáculos de poma y circunstancia como el adiós a su Reina– y ofrecer una de las economías más abiertas del mundo, que es en lo que están.

Por aquí, nuestro Perico y su grey de comunistas iletradas tienen una teoría más inteligente. Creen que la mejor forma de garantizar el buen futuro de un país es espantar a los inversores con una fiscalidad abrasiva, pisoteando la seguridad jurídica con normas e impuestos de quita y pon, atornillar a los jueces y gobernar el país de la mano de quienes tienen por meta destruirlo. Lógicamente, el capital global escapa corriendo ante semejante cartel de presentación. ¿Quién va a querer invertir en el país con el Gobierno más anti negocios de Europa?

Liz Truss se ha pasado de frenada. Pero los nuestros no saben ni encender el coche.