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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La gallina soberbia

La asustadiza gallina consiguió que el ministro del Interior encomendara a dos guardias civiles custodiar su hogar estalinista

Esperaba que la gallina soberbia se disculpara, pero la disculpa no ha sido cacareada. La gallina, conocedora de sus reacciones, insultó días atrás a la Policía Municipal de Madrid, a seis mil ejemplares servidores del orden en la Capital de España. Defendió a una delincuente condenada, presumió de sus delitos, y cacareó que con «cinco mujeres como Isa Serra los policías municipales de Madrid hubieran huido como gallinas». Isa Serra llamó «puta» a una agente municipal, procedió a golpearla posteriormente e incendió dos contenedores. La Policía Municipal, como la Guardia Civil y la Policía Nacional durante el golpe de Estado en Cataluña, tenía orden de no actuar con determinación en aquella ocasión, el desahucio de un piso violentado por un grupo de «okupas» sinvergüenzas. Y sabiendo de esa limitación, Isa Serra, la delincuente condenada e íntima amiga de la gallina soberbia y de su compañera Irene Montero, humilló a la servidora del orden público madrileño.

La gallina, él. Gallina con todos los seudónimos gallináceos. Pita, polla, gomarra, ceneca, gallipava, gallineta, soma, corralera, ponedora, cazarrica, chocha, fúlica, chachalaca y cayaya. Una gallina clamorosa.

Cuando la gallina soberbia y su «compañere» o «pareje» sentimental, amén de ministra impuesta, adquirieron en la lujosa urbanización de La Navata, en Galapagar, un modesto chalé comunista con cuatrocientos metros cuadrados construidos, un proletario jardín de tres mil metros cuadrados y una piscina para invitar a sus amistades a las inevitables barbacoas sabatinas o domingueras, algunos vecinos, peligrosamente armados de magnetófonos, les dedicaron algún que otro concierto de descontento. Y la gallina, que no podía dormir de ponedora diarrea, la asustadiza gallina, consiguió que el ministro del Interior encomendara a dos guardias civiles, con turnos de ocho horas por pareja, custodiar su hogar estalinista. Cuando la gallina pactó con el Supremo Hortera su vicepresidencia en el Gobierno de España y el ministerio de Igualdad para su «compañere» o «pareje» sentimental, y en vista del civilizado cabreo de sus vecinos, ordenó a Marlaska –de soltero y antes de conocer a Aitor, Marlasca–, flamante ministro del Interior, una guardia de treinta guardias civiles y la clausura peatonal de la calle donde se ubica su modestísima y obrera vivienda. Y todo porque una tarde, el del magnetófono, peligroso ultraderechista, le soltó un «¡Márchate, cabronazo!» que deterioró definitivamente el flujo intestinal de la gallina.

Ignoro si permanecen treinta guardias civiles, tan honestos como ejemplo de disciplina y vocación de servicio, a las puertas de su iraní parcela, pero mucho me temo – por decir algo–, que mientras su «compañere» y «pareje» o «excompañere» y «expareje» se mantenga al frente del ministerio más innecesario, gorrón, derrochador y estúpido del Gobierno del desayunante grabado, un buen número de guardias civiles, imprescindibles en otros destinos, seguirán custodiando la humilde parcelilla adquirida por la peculiar pareja avalada por una entidad financiera de muy complicada consideración. Y ahora, que no es nada ni nadie, la gallina soberbia lleva más escoltas que el ataúd de la difunta Isabel II desde el palacio de Buckingham a la abadía de Westminster, porque la Gallina cacareante no se atreve a dar un paso por la calle sin veinte escoltas a su alrededor.

O lo que es igual, La única gallina, y con mucha cresta, ponedora de huevos podridos y de cacareo insoportable, es él, o ella, o «elle», que a mi edad me hago un lío con estas interesantes novedades lingüísticas. Pitas, pitas.