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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

«Los únicos imbéciles»

Ni Montero ni Iglesias van a ser «los únicos imbéciles» que, por una iraní de nada muerta, vayan a ponerse a mal con sus pagadores

Entiendo que a doña Irene Montero el destino de las mujeres iraníes no la conmueva tanto como el de las de su pandi ministerial. Somos humanos. Y, al fin y al cabo, las finanzas del padre de sus hijos dependieron del dinero que el gobierno iraní ingresaba a través de HispanTV durante años. Nadie podrá reprochar a Pablo Iglesias haberlo ocultado. Cito al entonces futuro vicepresidente: «Mucha gente puede decir: pero vosotros, si sois de izquierdas, ¿por qué aceptáis hacer un programa para un gobierno como el de Irán, que es una teocracia? ¿Aceptaríais hacer algo para una televisión financiada por el gobierno de Putin? Pues, mira, la geopolítica es así y no vamos a ser los únicos imbéciles que no hagamos política cuando todo el mundo hace política».

Por esos mismos años, Irán ahorcaba en grúas a los homosexuales, lapidaba adúlteras siguiendo el mandato de la sharía, y mantenía –como sigue manteniendo– en vigor los artículos 637 y 638 del Código Penal sobre los «crímenes contra el pudor público y la moralidad», en los que –además de durísimas penas para el adulterio– se tipifica cómo «las mujeres que se presenten en lugares públicos y calles sin usar un hiyab islámico serán sentenciadas a entre diez días y dos meses de prisión o multa». Pero, en fin, ni Montero ni Iglesias van a ser «los únicos imbéciles» que, por una iraní de nada muerta, vayan a ponerse a mal con sus pagadores.

No son los únicos que tienen motivo para avergonzarse. En 1979, occidente cometió el error más grave de la fase final de la guerra fría. Jimmy Carter ejercía su incompetencia mastodóntica en política internacional: nada es más funesto que una incompetencia así, unida a un abultado capazo de buenas intenciones. En Irán, Reza Pahlevi ejercía una tiranía cruel y corrupta. Y más o menos laica. La inmoralidad de aquel régimen parece haber conmocionado al presidente norteamericano lo bastante para dar un golpe que entregaría el poder a los santos varones de la alta jerarquía chiita. Desde París, se hizo que fuera transferido a Irán el más santo y el más espiritual ellos.

Pero santidad y política casan muy malamente. Y Ruholah Jomeini tardó pocos meses en consagrar Irán como teocracia islámica bajo el imperio de la sharía. Y a las mujeres iraníes les cupo el honor de aplicar lo que el Libro dicta. Corán, IV, 34: «Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Dios les ha concedido sobre ellas, y a causa del gasto que hacen para mantenerlas. Las mujeres virtuosas son piadosas: preservan en secreto lo que Dios preserva. Amonestad a aquellas cuya infidelidad temáis; encerradlas en habitaciones separadas y golpeadlas». O Corán, XXXIII, 59: «Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con sus velos: ése es el mejor modo de darse a conocer y no ser ofendidas».

Ha muerto una mujer iraní por no ajustarse a la ortodoxia coránica. Una más entre las incontables. Entre las asesinadas, en público o en familia, entre las degolladas o lapidadas por impúdicas. Pero a los Iglesias nadie va a exigirles, desde luego, ser «los únicos imbéciles» en no sacar de ello su parte de beneficio.