Fundado en 1910
Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Una España sin colosos literarios

Reconozcámoslo: hay una buena clase media, pero hoy no tenemos escritores de la categoría de Valle-Inclán, Cela, Gabriel Miró, Unamuno…

Veo en varias televisiones que comienza la enésima promoción de la enésima novela de Pérez-Reverte. Como es habitual, durante unos días escucharemos que es una maravilla. Y como suele ocurrir, dentro de unos meses habitará en el olvido. Alguna vez he leído con agrado y entretenimiento algún libro del famoso exreportero televisivo y académico, como todo el mundo. Pero, ¿es realmente un escritor de primerísima división? Es decir: ¿quedará en la historia? Ocioso responder.

La misma duda me asaltó ante los enfebrecidos panegíricos con que fueron despedidos Javier Marías y Almudena Grandes. Aunque no sea políticamente correcto señalarlo, me temo que se ha incurrido en la hipérbole funeraria. En realidad están lejos de los templos literarios que levantaron Valle-Inclán, Cela, Unamuno, Gabriel Miró, Rosalía de Castro… No poseen la prosa de aquellos titanes –creo que será muy difícil que alguien vuelva a escribir un castellano tan excelso como el de Miró–, pero tampoco su hondura, su trascendencia.

En España existe hoy una literatura de gran variedad y se ha conseguido un innegable éxito: crear artefactos comerciales que funcionan muy bien y son exportables. Pero, como rezongaba el viejo crítico Harold Bloom, la literatura es una forma de «conocimiento sapiencial», un modo de llegar por otro carril a las grandes verdades de la vida. No se vislumbran ya en España escritores con tan elevada ambición. Tampoco abundan los que son capaces de cuestionarse todo su éxito anterior para dar un volantazo creativo y buscar algo nuevo (Cela o Valle-Inclán se retaban a sí mismos en cada obra). Hoy en España imperan los escritores de fórmula. Muchos se escaquean además del tiempo presente. Ya no aspiran a reflejar las entrañas de su país y su sociedad, sino al entretenimiento puro, o a soporíferos juegos metaliterarios, que solo interesan en sectas eruditas de letraheridos.

La literatura es un arte fundamental, para mí el segundo mayor tras la música. Y actualmente en España le pasa como a la selección de Luis Enrique: mucho tiki-taka y poca cosecha.

La patente falta de interés de tantos libros tal vez tenga que ver con el exiguo recorrido vital de muchos de sus autores. Recuerdo que en una ocasión un compañero periodista me anunció con gran circunspección que preparaba su nueva novela. «¿Y de qué va?», le pregunté con el fingido interés de la cortesía. «De mi infancia en el instituto de Betanzos», me respondió ufano. «Muy interesante», contesté, incurriendo en flagrante trola piadosa.

Los autores de muchísimas novelas son profesores de instituto y periodistas, con poco que contar, porque sus vidas son prosaicas. Hasta el presidente del TC se pretende ahora escritor. Conrad recorrió los mares en la mercante antes de ponerse a escribir lo que vio (y lo que imaginó). Will Shakespeare se arrojó de cabeza a un Londres disparatado, por entonces una de las capitales más revoltosas del planeta. Cela atravesó España caminando. Valle vivió aventuras por Hispanoamérica, se batió en duelo, frecuentó la bohemia, fue corresponsal en el frente de la Gran Guerra… y además había nacido con un talento inconmensurable. Galdós respiró notables acontecimientos de su era. Hoy se publican novelas de chicos y chicas avinagrados, atrofiadas de victimismo y sin nada importante que contar; o libros escritos con un coloquialismo sonrojante; o truños comerciales, que en realidad salen en serie de un taller asociado a un nombre… El resultado es una literatura chata, inane, prescindible.

Pero son rachas. Tal vez el futuro genio de la literatura española esté ahora mismo cursando Primaria, o a bordo de una patera. Quizá ese talento en ciernes sea capaz incluso de retratar la degradación moral-mental de esta mala hora de España que hemos convenido en llamar sanchismo. Los literatos que tenemos hoy no se acaban de atrever. El «progresismo» manda mucho en los cenáculos culturales y no conviene indisponerse. Alatriste es bravo, o bravucón, pero al final no se moja ni con agua caliente. Hay que vender a izquierda y derecha. Mejor escribir de puntillas y hablando de lo lejano, o de lo pretérito.