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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El miserable arte de ZP y Sánchez

Ahora las heridas que suturaron generosamente los españoles de bien hace más de cuarenta años se abren, manando sangre, ante el regocijo de las excrecencias con las que el PSOE se ha aliado para destruir España

Dice, y dice bien, José Manuel García Margallo, en una magnífica entrevista de José Barros en El Debate, que Pedro Sánchez ha encontrado la llave maestra para gobernar España: enfrentar a la sociedad. Inició el baile José Luis Rodríguez Zapatero en 2004 cuando edificó su Gobierno sobre la manipulación obscena del atentado más cruel que se había producido en suelo europeo, con un papel estelar por cierto de Pérez Rubalcaba al que ahora se ha elevado a los altares en el derecho comparado con sus indecentes sucesores. Tocaba atizar la hoguera del cainismo patrio, ese pecado original de España siempre tan a flor de piel, con una ley miserable de miserables resabios con una miserable meta: que los votantes de la izquierda no dejaran de considerar franquista a la oposición por un solo momento. Solo así dos socialistas perdedores, como Zapatero y Sánchez, sentados en el gallinero de su grupo parlamentario por mediocres y grises, pudieron gobernar la cuarta economía del euro.

Desde el 11-M, la izquierda no ha hecho otra cosa que dividir y demoler el Estado de derecho y la Constitución arrastrando a un partido de Gobierno como era el PSOE a un estupefaciente revisionismo de nuestra historia, cuyo último puerto es el guerracivilismo. Cuando los españoles echaron a ZP a patadas en 2011, tras arruinar a la nación y revivir los peores fantasmas de nuestra historia, tuvo que venir un señor gallego a arreglar un desaguisado que a punto estuvo de costarnos la intervención, descuidando por el empeño económico otras guerras culturales que siguieron en marcha, la peor, la de la arremetida del independentismo, que Zapatero del brazo de Maragall había alentado, al igual que el populismo de Podemos.

El último Gobierno serio de España saltó por los aires con una abyecta moción de censura preparada para que un anodino diputado socialista, que solo llegó al escaño por la renuncia en las listas de sus compañeros Narbona y Solbes, asaltara el poder con el patético afán de ganar la guerra civil del siglo XX en el siglo XXI, demoliendo el muro de carga más consistente de nuestra historia: la transición. Por puro ventajismo y, hay que decirlo, por una personalidad narcisista y autocrática, Sánchez ha dinamitado el legado de la transición, asaltando todos los poderes del Estado. Tras cuatro años de sanchismo, conocemos mejor el mármol de la tumba de Franco o las estancias del pazo de Meirás que los usos y costumbres del presidente en el Falcon para asistir a conciertos y farras o los cócteles que le preparan en un palacete de Lanzarote que Don Juan Carlos cedió a Patrimonio Nacional.

Ahora las heridas que suturaron generosamente los españoles de bien hace más de cuarenta años se abren, manando sangre, ante el regocijo de las excrecencias con las que el PSOE se ha aliado para destruir España. Donde antes había consenso para lamentar un atentado terrorista, una pandemia asesina o hasta un crimen por violencia de género ahora hay debate faltón, división y apropiación indebida de las víctimas. Hasta una canción de Eurovisión se transforma en una trifulca vecinal en las redes. Las familias no hablan de política por si los decibelios suben, con el vecino no nos paramos porque le sospechamos votante del enemigo y las películas dejamos de verlas porque el prota nos ha llamado fachas. Esta es la cosecha de ZP y Sánchez. Una muy mezquina añada que espero les pase factura cuando el PSOE, como apunta Margallo, «pierda las elecciones y haya una revolución para volver a ser el partido que era». Ajolá, que diría mi ya añorado Loco de la Colina.