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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

«Soy gay»

Otra polémica tontuela e inflada, que refleja los avances censores de la corrección política

Actualizada 09:19

Los Who, que vociferaban aquello de «prefiero morirme antes de ser viejo», los Rolling Stones, o Bob Dylan, que pregonó que los tiempos estaban cambiando, todos continúan dando tumbos por los escenarios ya octogenarios. Pero los deportistas de élite se ven condicionados por la fecha de caducidad anatómica. Las grandísimas estrellas del deporte se jubilan antes de cumplir los cuarenta. Aunque tienen sus vidas resueltas, sufren el resquemor de saber que ya no volverán a hacer jamás algo tan sonado como aquello que han dejado atrás. Es un trago psicológico, duro a veces de sobrellevar.

Iker Casillas Fernández, hoy de 41 años, fue un ídolo de España. Considerado en su hora el mejor portero del mundo, apodado «El Santo» por la radio deportiva por sus paradas contra la ley de la gravedad, ejerció de capitán del Real Madrid y con la camisola de España conquistó dos Eurocopas y un Mundial, lo nunca visto. Su historia de amor en Sudáfrica con una periodista de ojos claros que cubría el torneo se convirtió además en el cuento de hadas que adornó la gesta.

Tras colgar las botas, Casillas ha sufrido el lógico desajuste que se produce al pasar del olimpo deportivo a las tribulaciones de una vida sin demasiados quehaceres diarios. La salud además le dio un revolcón, con un infarto serio en mayo de 2019, al que siguió poco después el final de su matrimonio. Desde entonces no pasan dos meses sin que la prensa social le atribuya algún romance. El hombre parece andar además un poco despistado, con algunos ramalazos un tanto adolescentes.

En medio de la situación descrita, a Casillas no se le ocurrió el domingo nada mejor que hacer un chistecillo –malo– sobre su condición de soltero de oro: «Espero que me respeten: soy gay. Feliz domingo», escribió en su cuenta de Twitter, de 9,7 millones de seguidores. Una bromilla chusca, sin mayor trascendencia, como miles que circulan cada hora por la red social. Su amigo Carles Puyol, el exdefensa del Barça, se sumó a la chanza con este comentario: «Es el momento de contar lo nuestro, Iker».

En fin, humor de vuelo raso, pero nada importante. Pues no. Dado que vivimos en la era de la censura implacable de la corrección política, enseguida se desataron las críticas agraviadas del «progresismo» y de las asociaciones y activistas homosexuales. Casillas había cometido gravísimas ofensas contra la sagrada comunidad LGTBI. Debía arder en la pira purificadora. Incluso el Consejo Superior de Deportes acabó emitiendo una nota de condena. El exportero tuvo que pedir perdón enseguida, borró el tuit y hasta pretextó que todo se debía a que habían jaqueado su cuenta (hecho bastante improbable).

Todo esto sucede en el mismo país donde la semana pasada, por ejemplo, un tipo de Podemos que es vicepresidente segundo de la Comunidad de Valencia profirió gruesas blasfemias, que distribuyó además en vídeo (para aplauso de Pablo Iglesias). Pero la sensibilidad de los cristianos no cuenta. Ahí no surgen jamás investigaciones de oficio de la Fiscalía sobre posible «delito de odio». Los aspavientos biempensantes, los melindres de la corrección política, dejan de existir cuando la broma ácida o los insultos son a costa del cristianismo, la monarquía, el sexo masculino, los partidos conservadores o los jueces… Ahí, barra libre, caña al mono y a ver quién suelta la cafrada más faltona.

Lo del «soy gay» de Casillas ha sido solo otra polémica artificial y tontuela, inflada por los censores histéricos de la corrección política. La libertad empieza a sufrir.

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