España, gracias
España no tiene que pedir perdón, pero sí podría esperar que le dieran las gracias por dos gestas impagables: el Descubrimiento y la Reconquista
Si España no fuera presa desde hace tiempo de políticos antiespañoles, en el sentido más rotundo y demostrable que cada uno de ellos reclame a modo de aclaración, la Fiesta Nacional luciría en cada rincón del país con el orgullo que merece: aquí se tiran fuegos artificiales por cualquier carrerita de medio pelo, pero se limita el Día de la Hispanidad a un besamanos en la Zarzuela y un desfile militar ejemplar pero insuficiente.
Ninguna otra Nación ha llevado civilización a otro continente y ha frenado la expansión de otra al continente propio, y eso son, exactamente eso, las inmensas gestas del Descubrimiento de América y de la Reconquista ibérica.
Con la primera se llevó progreso, cultura y libertad a Hispanoamérica, y con la segunda se evitó que Europa los perdiera: ni todos los desajustes, excesos y desperfectos que procesos tan traumáticos comportan, inevitablemente, alteran la formidable altura de dos momentos estelares que ponen a la Humanidad, en su conjunto, en deuda con España.
No somos fundamentalistas porque aquí se frenó a los fundamentalistas, y el tarasco Cazonci y el azteca Moctezuma no se siguen comiendo por los pies porque allí, a México y toda Sudamérica, llevaron los españoles universidades, colegios, misiones y derechos.
«… Y no consientan ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de las dichas Islas, y Tierra Firme, ganados y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes, más manden, que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean de manera …».
Con esas palabras, tal vez las últimas de Isabel la Católica, nacieron en 1504 las llamadas Leyes de Indias, casi 300 años antes de que se proclamaran los Derechos Universales del Hombre en la Francia revolucionaria, también bañada en sangre.
Hernán Cortés, Colón, Isabel y Fernando, Fray Junípero, la batalla de las Navas de Tolosa, Lepanto, Elcano, Magallanes o Granada debieran estudiarse en los colegios con ímpetu, e inspirar las películas, libros y ensayos que en España solo inspira la Guerra Civil desde un ánimo de revancha cainita también presente en el desprecio al 12 de octubre.
Y contestar a cada indio tabajara que, en aquellos países hermanos, edifique su poder sobre la mentira histórica de despreciar a España, para tapar sus vergüenzas populistas y caciquiles, debiera ser también una prioridad innegociable de la diplomacia española.
Ninguna de las sombras que aparece en todo gran momento histórico puede negarse, pero solo los canallas las explotan con fines perversos, descontextualizados, ajenos a los hechos y al margen de las inmensas luces que dan esplendor a las mejores gestas que los nuestros protagonizaron y nos colocan al lado de Roma, Atenas, Persia, Mesopotamia y cualquiera de los grandes capítulos que explican al ser humano desde que dejó de caminar a cuatro patas.
Un país que se recrea en sus desgracias y entierra sus hitos es un país a merced de sus enemigos. Y no es casual que buena parte de ellos estén ahora en el Gobierno y sus aledaños: nada mejor para destruirlo que infiltrarse en su sala de máquinas para, desde allí y falseando los hechos, sustituir la historia por la fábula y demoler el edificio.
Más que pedir perdón, quizá hubiera que empezar a exigir que nos den las gracias. Viva España.