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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Tics típicos de un sátrapa

El presidente del Gobierno muestra a las claras su querencia autoritaria arremetiendo en sede parlamentaria contra la prensa que no piensa como él

En política casi todo está inventado. ¿Cómo construir un régimen autoritario? De Lenin a Stalin, de Mussolini a Hitler, de Castro al chavismo, de Irán a Putin… la dinámica siempre se repite:

Lo primero es intentar lavar el cerebro al público con una propaganda omnipresente, pegajosa, atosigante, que busca imponer un pensamiento único desde el poder (véase el uso de la televisión que hacía Hugo Chávez, que prácticamente vivía en ella). Lo segundo es ir erosionando las instituciones y laminando las buenas prácticas no escritas que hacen posible un Estado de derecho razonable. Lo tercero es satanizar a la oposición y fomentar el culto a un líder y a un partido providenciales, cuyo ideario representa la verdad absoluta y la única posible. Lo cuarto es liquidar la justicia independiente, sometiéndola al arbitrio del Ejecutivo. Lo quinto es acabar con la libertad de prensa, de tal manera que el régimen ostente el monopolio de la información y desaparezca toda crítica.

Resulta asombroso que esté ocurriendo en un país europeo de primera línea, pero Sánchez ha comenzado a dar pasitos que recuerdan punto por punto los del manual de futuro autócrata. Ha mancillado varias instituciones. Está en guerra con los jueces. Hace un uso grosero de la propaganda, que llega ya a las ruedas de prensa del consejo de ministros, convertidas en un mitin. No respeta a los partidos que discrepan de su punto de vista, a los que niega el pan y la sal. Y ya ha dado el último paso que le faltaba: poner en solfa el derecho a existir de los medios de comunicación críticos con su ideario y su desempeño. Lo ha hecho además en sede parlamentaria, en el Congreso, donde este jueves señaló a «los medios madrileños» y a la cadena Cope como terminales del «poder del dinero» que se oponen «a las fuerzas progresistas». De sus palabras se colige que ante la izquierda solo cabe la adoración sumisa. La crítica ha de ser proscrita, pues el «progresismo» es bueno per se y siempre tiene la razón.

Sánchez es el primer presidente de nuestra democracia que solo acepta entrevistas en medios de su cuerda (se la ha negado hasta al que probablemente es hoy el comunicador más importante en España, Carlos Herrera). Sánchez goza de una suerte de cuasi monopolio televisivo «progresista», que desvirtúa lo que debe ser la pluralidad de un sistema abierto (incluso las cadenas españolas de Berlusconi reman para la izquierda). Sánchez ha manipulado RTVE con un desparpajo que desborda todos los abusos anteriores. Y ahora Sánchez hace suya una tesis que Pablo Iglesias lleva aventando desde hace años: la de que hay que meter en cintura a los medios de comunicación privados. Es la misma idea que desde la revista Temas (publicación del PSOE ¡dirigida por Tezanos!) acaba de defender Simancas, secretario de Estado, que propone fortalecer los medios públicos del régimen para oponerse «a la gran cantidad de recursos de los medios privados de comunicación».

Estoy convencido de que en España no padeceremos un régimen autoritario en este arranque del siglo XXI, porque el público no la admitiría y por el freno que suponen el marco de la UE y la propia monarquía parlamentaria. Pero es innegable que los instintos de Sánchez apuntan en esa línea.

(PD: irónica paradoja que hable de maniobras mediáticas «con el dinero» el mismo presidente que acaba de enredar para meter a capón a su aliado Prisa en la cúpula de la estratégica empresa pública Indra. Pedriño, que aunque nos tomes por pánfilos, al final los españoles no nos chupamos el dedo…).