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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Un viento de locura

La ley orgánica 6/1985 sigue siendo, al cabo de 37 años, el mayor enemigo de la democracia en España. También la garantía de que el viento de locura que nos divide se perpetúe

Actualizada 08:56

Una sociedad dicotómica es inhabitable. Y en ella estamos instalados. Sin que parezcamos sospechar siquiera el suicidio que es instalarse en el juego del sí y el no, de lo positivo y lo negativo, de lo bueno y lo malo. Sin matices. Una sociedad sin lugar común en el cual negociar es una sociedad asentada sobre la lógica de la guerra. Crónica. Tres son los principales soportes de este drama nuestro.

1. –Está, en primer lugar, una patológica fijación en los años treinta del siglo veinte. Y es cierto que una guerra civil de tres años marca las almas de quienes la vivieron. Y puede que también las de sus hijos. Pero que, casi un siglo ya después, el mapa político español siga ajustándose al calco de aquellas heridas del 36-39 es algo muy difícil de entender. Europa vivió, entre 1914 y 1945 una mastodóntica guerra civil discontinua, cuyas cifras de muerte no admiten comparación con nada nuestro. Pero quien hoy pretendiese allí capitalizar voto en función de esos más de sesenta millones de cadáveres, sería amablemente conducido al manicomio.

2. –Está, luego, el horrible destrozo que hemos hecho con el diccionario. Hablamos de «izquierda» y de «derecha» como si fueran obviedades intemporalmente sólidas. No lo son. Son metáforas, nacidas con fecha exacta: el 27 de agosto de 1789, cuando la Asamblea vota, en París, la nimia ley del veto real. Para facilitar el conteo, los que están a favor se colocan a un lado; los en contra, al otro. La metáfora «izquierda / derecha» iniciaba su próspera carrera. Pero las metáforas se pudren. Como todo lo que tiene fecha en el tiempo. Y pudren consigo el mundo que sigue repitiéndolas. Hoy, ni «izquierda» ni «derecha» significan nada. Pero connotan todo: dividen el mundo en «míos» y «otros», «amigos» y «enemigos», dignos de sobrevivir y dignos de ser exterminados. Sobre esa dicotomía bélica fundó Carl Schmitt las bases del Estado totalitario. Las consecuencias, las conocemos.

3. –Y esa podredumbre rige, finalmente, la gangrena mayor del modelo constitucional español. La que lo trueca en un constitucionalismo imperfecto. Tiene fecha también: 1 de julio de 1985. Y gestor: Felipe González, con la portavocía de Alfonso Guerra como enterrador de Montesquieu. Y una lógica: puesto que el PSOE juzgaba que los jueces eran, en su mayoría, «de derecha» –«enemigos», pues–, procedió a disciplinarlos a través de un Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) que, nombrado por el Parlamento, fuese hegemónicamente fiel al ejecutivo «de izquierda»: un Gobierno de jueces «amigos», por tanto. Se hizo. Y los sucesivos gobiernos –fuera ya cual fuera su ideología– apreciaron la joya que era tal prebenda: nombrar a los jueces que, tal vez, un día pudieran tener que juzgarlos a ellos. Un maravilloso blindaje.

En eso estamos. Que PSOE y PP se pongan de acuerdo sobre el reparto de nombres para el CGPJ es algo que a los ciudadanos en poco nos afecta. Que se acabe con esa exclusiva potestad suya para designarlos, es esencial si queremos que la democracia sobreviva. La ley orgánica 6/1985 sigue siendo, al cabo de 37 años, el mayor enemigo de la democracia en España. También la garantía de que el viento de locura que nos divide se perpetúe.

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