Guerra a los muertos
Casi noventa años después el radicalismo gobernante quiere hacer la guerra a los muertos. Hizo la guerra ante las televisiones a un Franco muerto y ahora quería un nuevo espectáculo con José Antonio Primo de Rivera
Bieito Rubido recordó hace días la reacción del emperador Carlos V tras la victoria en Mühlberg ante el intento de profanar la tumba de Lutero: «Dejadlo reposar que ya encontró su juez. Yo hago la guerra a los vivos, no a los muertos». Los españoles acababan de tomar Wittenberg, el príncipe elector había firmado la capitulación, y el emperador visitó en la iglesia del castillo el sepulcro de su mayor adversario. Como todo gran hombre Carlos V sabía que es bueno unir la magnanimidad a la victoria.
Hablar de grandes hombres (y mujeres, que no se me enfade Irene Montero que conoce escasamente los entresijos del idioma) refiriéndome al actual Gobierno resultaría una entelequia. La mediocridad nunca ha sido magnánima, sino envidiosa y vengativa. Por eso, entre otras características de nuestra realidad, como el odio redivivo y el afán por cambiar la Historia, nuestros dirigentes sancho-comunistas se han propuesto hacer la guerra a los muertos que es menos arriesgado que hacerla a los vivos. Quieren una segunda vuelta de la tremenda guerra civil que surgió de un golpe de Estado fracasado. Pero lo quieren sin riesgos.
Largo Caballero había anunciado la guerra civil en numerosas ocasiones desde 1934 y sobre todo en la campaña electoral de 1936: «Ahora, después del triunfo, se precisará salir a la calle con un fusil al brazo y la muerte al costado». «La clase obrera tiene que hacer la revolución. Si no nos dejan iremos a la guerra civil». «La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la revolución». «La transformación total del país no se puede hacer echando simplemente papeletas en las urnas. Estamos ya hartos de ensayos de democracia; que se implante en el país nuestra democracia». «Cuando el Frente Popular se derrumbe, como se derrumbará sin duda, el triunfo del proletariado será indiscutible. Entonces estableceremos la dictadura del proletariado, lo que quiere decir la represión de las clases capitalistas y burguesas».
Tras el golpe de Estado de la izquierda radical en octubre de 1934 contra un Gobierno republicano legítimo por el solo hecho de ser de centroderecha, y con las reiteradas amenazas largocaballeristas, un golpe de signo contrario era previsible, salvo que media España hubiese esperado mansamente el sacrificio. El golpe de Estado desembocó en una guerra porque, ya antes de iniciarse, España, desgraciadamente, estaba dividida en dos.
Casi noventa años después el radicalismo gobernante quiere hacer la guerra a los muertos. Hizo la guerra ante las televisiones a un Franco muerto y ahora quería un nuevo espectáculo con José Antonio Primo de Rivera, pero su familia reaccionó respetando una de las últimas voluntades del asesinado: descansar en lugar sagrado. Convertir el cementerio de una basílica en cementerio civil es insólito, y no sé qué tendrá que decir la Iglesia sobre esa decisión. José Antonio, como cualquier mito, fue manipulado y utilizado. Lo utilizó el franquismo y los vencedores de muertos también querían utilizarlo a su manera. Se les aguó la fiesta.
José Antonio no murió en una batalla; estaba preso antes del inicio de la guerra y su juicio, con un tribunal de representantes del Frente Popular, fue anómalo, como Indalecio Prieto confesó a Raimundo Fernández-Cuesta cuando le llamó estando el falangista preso en la cárcel de Valencia. Conservo la grabación del programa televisivo en el que lo cuenta. Asistían José Prat, Aranguren, Serrano Suñer, Pilar Primo de Rivera, Ian Gibson y alguien más. Fernández-Cuesta contó entonces que Prieto le aseguró que el Gobierno no dio nunca el «enterado» de la sentencia de José Antonio porque Largo Caballero ordenó que fuese fusilado antes de que el Gobierno la recibiera. Prieto achacó esa premura a que Largo Caballero le quería muerto y sabía que había ministros contrarios al fusilamiento, entre ellos el propio Prieto.
Sánchez afirmó el 21 de mayo de 2021: «Largo Caballero actuó como queremos actuar nosotros. Respondiendo ante la adversidad con más democracia». Ya sabemos por sus propias palabras cómo el Lenin español entendía incompatibles democracia y socialismo. Sánchez dice que coincide con él. Pienso que no ha leído al personaje. Yo sí.