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Cosas que pasanAlfonso Ussía

'Quo Vadis'

¿Para qué sirven mis goles en Europa?, se preguntará angustiado. No sirven porque ha elegido mal, sencillamente. De ahí que esté a un paso de responder a quién le pregunte: ¿'Quo vadis', Lewandovsky? «Al psicólogo»

Cuando se estrenó en España la película ¿Quo Vadis? de Mervin LeRoy, con Robert Taylor, Débora Kerr y Peter Ustinov de actores principales, se puso de moda un chistecillo que, todavía, a estas alturas, muchos no entienden. Les falta el latín. Los amigos que se encuentran en la calle, y el más curioso pregunta.«¿A dónde vas?» «A Quo Vadis»; «¿Y eso, qué es?» «A dónde vas». La película, lógicamente, iba de romanos y se rodó en 1951. Años más tarde se repuso, y me dormí en el cine, porque a mí, desde que tengo uso de razón, las películas de romanos no se me dan bien. ¿Qué harían ustedes si se encontraran en pleno paseo por Barcelona a Peter Lewandovsky? En mi caso, de encontrármelo yo, que es poco probable porque pasear por Barcelona ha perdido interés y atractivo, mi pregunta no podría ser otra que ¿Quo Vadis, Lewandovsky? Y seguro estoy de que me respondería con la melancolía dibujada en su rostro polaco: «No tengo ni idea. Pero me temo que esto no es como yo esperaba».

En el fútbol, el dinero es muy importante, pero hay otras cosas tan importantes como el dinero. La tranquilidad, el ambiente social, el equilibrio emocional, y también, claro está, la satisfacción de saber que los aficionados respetan y admiran su juego y su productividad. Lewandovsky, que deseaba jugar en el Real Madrid, fue inteligentemente contratado por el Barcelona. Y desde que llegó, no ha parado de meter goles. A pesar de ello, el ambiente en su nuevo club es catastrófico. Sus goles le sirven para ganar en España, pero en Europa, que lleva marcados un buen número de ellos, no han servido para nada. Los polacos son bravos, cultos y melancólicos, y no entienden que el trabajo bien hecho determine el fracaso. El Barcelona, que es un club arruinado por algunos de sus presidentes, de sus técnicos, de sus futbolistas y de un jugador que se marchó a París, ha gastado lo que no tiene para formar un gran equipo. Y lo ha conseguido porque se lo han consentido. Su estrella más rutilante es Lewandovsky, que mete todos los goles posibles y casi imposibles, pero algo sucede en ese club que salvó Franco de la quiebra. Nadie puede negarle a Peter su formidable rendimiento. Pero el fútbol es coral. Si el solista canta como Plácido Domingo, o los difuntos Alfredo Kraus o Juián Gayarre, pero el coro desafina, el arte y el donaire se desmoronan. Y el coro del Barcelona está compuesto por muchos desafinadores que, para colmo, se llevan peor que Puigdemont y el gordo de ERC, que creo recordar que se apellida Junqueras. Junqueras, es decir, un grupo de juncos en español, porque en catalán se escribiría «Jonqueras», que también es bonito y suena muy bien, que no es mi intención enredar ni molestar a nadie. El coro desafina, desde el presidente al ingenuo socio que se emociona con excesiva facilidad. El próximo domingo, Lewandovsky le puede meter tres goles al Real Madrid, pero semejante hazaña no aliviará su melancolía. El hombre recuerda su pasado, cuando metía menos goles con el Bayern de Munich, y su equipo ganaba. El pasado miércoles le engatilló dos golazos al Inter de Milán, y el Barcelona está a un paso de no clasificarse. Eso le duele a cualquiera. ¿Para qué sirven mis goles en Europa?, se preguntará angustiado. No sirven porque ha elegido mal, sencillamente. De ahí que esté a un paso de responder a quién le pregunte ¿Quo vadis, Lewandovsky? «Al psicólogo».

Y me entristece, porque se trata de un futbolista excepcional.