Fundado en 1910
Perro come perroAntonio R. Naranjo

Felipe

¿Con qué le han amenazado, señor González, para que a los 80 años y con la vida resuelta se preste usted a hacer de coartada de un presidente al que detesta con toda su alma?

A Felipe González le han cargado desde hace años, con su beneplácito, una operación de derribo de Pedro Sánchez para, en el mismo viaje, salvar al PSOE y a España de él.

Se especuló incluso con un gran acto público en el que el tótem socialista, secundando por caras conocidas de su partido, entonara el «Basta ya» que su sucesor, y el predecesor de éste, se merecen desde el comienzo de sus infaustos reinados.

Eso no ocurrió y todas las réplicas del expresidente quedaron en el terreno del pellizco de monja, en el sugerido blandengue, en el «agárrame que le meto» y en el «ustedes ya me entienden» pronunciados con media sonrisa, desde que su sosia en El País, Juan Luis Cebrián, perdiera la batalla y cediera la dirección espiritual del Grupo Prisa al propio Sánchez, a través de interpuestos que hoy han entrado incluso en el capital de Indra.

Ahora Felipe ha dado otro paso atrás, cuando debía darlos todos hacia adelante, prestándose a blanquear al líder socialista, de la mano de la otra calamidad que tomó su testigo: ni todas las raciones de Hemoal disponibles en las boticas españolas son suficientes para calmar la almorrana que supone comparecer a la vez con Sánchez y con Zapatero para suscribir que ambos encarnan la continuidad de aquel PSOE de los 80 y los 90 que, con no pocas sombras, construyó una parte de la mejor España desde los Reyes Católicos.

Las razones de González son una incógnita, pero podemos especular sobre tres opciones: se ha vuelto loco, es un cobarde o le tienen trincado por alguna parte sensible a la exposición del sol. La hipótesis de que, por sustanciales que sean sus diferencias con el actual presidente, siempre va a practicar el llamado «patriotismo de partido», es benévola con el personaje: ha habido peores momentos para el PSOE, todos con Sánchez, y Felipe no salió nunca a su rescate.

Y tampoco puede alegarse que algo ha cambiado: a todas las razones que González tuvo para despreciar a Sánchez, resumidas en la escandalosa sumisión triple a Podemos, ERC y Bildu; se le han añadido otras nuevas sintetizadas en su agenda inmoral, económica y guerracivilista, que consolidarían una oposición frontal al personaje.

¿Ha renunciado Sánchez a liberar a etarras para agradar a Otegi, señor González? ¿Es menos legítimo el separatismo catalán tras los indultos? ¿Está más consolidado el espíritu de la Transición con Podemos en el Gobierno? ¿Ha mejorado la democracia con la puesta en duda de la Corona, de la separación de poderes y de la convivencia entre distintos? ¿Mira España al futuro con esperanza como en los 90 o teme un hundimiento económico más parecido a la posguerra en los 40?

Todas esas preguntas tienen una clara respuesta y Felipe las conoce. Y sin embargo ha renunciado a ejercer de «padre de la patria» para prestarse a ser el penúltimo maquillaje de un populista dispuesto a ponerse el disfraz de Olof Palme sobre el de Hugo Chávez cuando se acercan elecciones.

La razón de esa humillante renuncia a ser él mismo es desconocida, pero conociendo las costumbres de Sánchez con el CNI, la Fiscalía y los medios de comunicación amigos, no es una locura pensar que ha sido el miedo a las represalias el hilo conductor de su rendición. Pero estaría bien que la próxima vez que Felipe se deje ver y acepte preguntas, quien pueda le formule una bien sencilla.

¿Con qué le han amenazado, señor González, para que a los 80 años y con la vida resuelta se preste usted a hacer de coartada de un presidente al que detesta con toda su alma?