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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Feijóo no tendrá excusa

Ni siquiera haber desenterrado a Franco o retirado los títulos nobiliarios a su familia ha logrado satisfacer esta obsesión patológica. El objetivo es acabar con el consenso constitucional y el espíritu de reconciliación de la transición

A partir de hoy, España habrá borrado su historia para inventar otra que el supremacismo de la izquierda quiere que impere: recuperar lo peor de nuestro pasado para que los que perdieron la guerra consigan vencerla ahora. Para ello, la mal llamada Ley de Memoria Democrática, que hoy se publica en el BOE, sobredimensiona la etapa franquista para olvidar el pretérito cercano de los socios de Sánchez, que volaban la cabeza a los que no pensaban como ellos, o las penurias actuales, fruto de la mala gestión del Gobierno. Ganar una guerra del siglo XX como combustible identitario que tape las vergüenzas del siglo XXI, que maquille la ruina contemporánea.

Una norma que nos prohíbe estudiar nuestra propia historia para, a cambio, reavivar rencores que nos envenenen. La ingeniería social que le dejará Sánchez a Feijóo será tan aberrante que no tendrá el probable futuro presidente casi tiempo de desmontarla: niños que se habrán cambiado de sexo con la única garantía jurídica del testimonio de un funcionario del Registro civil y sin posibilidad de marcha atrás, chicas que habrán abortado sin el conocimiento de sus padres arruinando su estabilidad emocional para siempre, perros que tendrán más derechos que los enfermos terminales (o no tan terminales) a los que el Estado facilitará la muerte, persecución de la Fiscalía de la Memoria de Bolaños contra aquellos que osen defender la memoria de sus padres y abuelos y no la verdad oficial de unos desquiciados resentidos; unos niños de papá que no han dado jamás palo al agua, hasta que la agencia de colocación sanchista los metió en nómina, los rodeó de enchufados pagados a precio de oro, y les prestó el Falcon para ir de excursión con los amigos de la facul, convertidos inexplicablemente todos ellos en ministros o secretarios de Estado del Reino de España.

El PP no tendrá excusa alguna para no volar de forma inmediata este entramado inmoral e ilegítimo que está cambiando por la vía de los hechos el país que teníamos. No servirá concentrar todas las energías en arreglar los platos económicos rotos por Sánchez. La inflación, la deuda, el déficit o el paro serán prioridades inaplazables para Feijóo pero no lo será menos suturar las heridas sociales que Sánchez ha reabierto y sobre las que ha volcado kilos de sal ideológica. Mariano Rajoy, que tuvo que lidiar con el desaguisado zapaterista en 2011, renunció a reconstruir el edificio legal al que ZP ya había aplicado la radial con la primera Ley de Memoria Histórica. De su excelente gestión, que nos evitó la intervención que sufrieron Irlanda, Portugal y Grecia, no hay tacha, pero sí de su inacción en el frente cultural, que la izquierda engrasa cada vez que llega al poder, bien sea tras un atentado sangriento o a través de una moción de censura.

Ni siquiera haber desenterrado a Franco o retirado los títulos nobiliarios a su familia ha logrado satisfacer esta obsesión patológica. El objetivo es acabar con el consenso constitucional y el espíritu de reconciliación de la transición. Para ello, nada mejor que asir la mano de Bildu y los independentistas (unos acreditados amigos de España) para, incluso, cuestionar hasta los primeros pasos del Gobierno de Felipe González. Porque este artificio vengativo que entra en vigor hoy también ha ampliado los años de investigación de «los crímenes de la dictadura» hasta diciembre de 1983, es decir, cuando Felipe ya llevaba gobernando un año y llenaba las listas del INEM de parados. Esa concesión a los herederos de ETA, que lo que persiguen es sacar a la luz las acciones del GAL (porque para eso sí hay memoria, para las mil víctimas de ETA, no) molestó sobremanera al viejo González que ha criticado esta norma, a pesar de que se avenga a fotografiarse con el autor de tamaño dislate, a cambio de unas migajas de gloria mediática.

No debe haber paños calientes. Y eso lo sabe Feijóo.