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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Domund

Mejor, nos quedamos como estamos, y que sea lo que Dios quiera, o en nuestro caso, lo que Sánchez, Junqueras y «Txapote» dispongan

Vuelvo de misa –soy un pecador creyente–, y he añorado las huchas del Domund. Hoy es el día. En mi infancia las huchas eran una maravilla, y en la actualidad se venden en pequeños anticuarios, chamarilerías y puestos del Rastro por mucho dinero. Huchas de indio con plumas de jefe sioux, de chino con el amplio sombrero campesino amarillo, de negrito con pelo rizado o negrito rapado –la más cotizada–, y de morito –la más rechazada–. En el Colegio del Pilar se abrían en la clase y se contaba la recaudación de cada alumno. Si ésta superaba las 500 pesetas, el recaudador se quedaba con la hucha como premio. Se recogía un dineral, y era divertido y aleccionador conocer a los viandantes. El año que me tocó en suerte el negrito rapado recaudé más de 2.000 pesetas, y en la edición que me correspondió el morito, no superé las 300 calandrias. En la actualidad, las cabecitas serían de blancos. Blanco moreno mediterráneo, blanco rubio nórdico, blanco pelirrojo irlandés o blanco calvo, además de blanco enfadado con montera, el español. Cuando salíamos a la calle a pedir dinero con nuestras huchas lo hacíamos con sentido de la lejanía. Nos integrábamos en la tragedia de quien se plasmaba en nuestra hucha. Y nos sentíamos felices cuando la cosecha material era grande, porque ello permitiría que nuestra hucha recibiera nuestro pan, nuestro abrigo, pudiera acudir a una escuela en la selva y formarse como un niño español. Hoy, los chinos mandan en el mundo, los sioux norteamericanos tienen mucho más dinero que los occidentales y los moritos y los árabes no necesitan para nada nuestras aportaciones infantiles. Queda el África negra, que no ha resuelto sus problemas por el racismo que impera en sus territorios. Racismo de negros contra negros, de tribus contra otras tribus, de etnias enfrentadas a etnias diferentes. Es decir, que están como nosotros, los blancos, preferentemente españoles. Como el dinero que se distribuye entre las autonomías no corresponde a criterios justos y sí a intereses del Gobierno, me permito aconsejar la celebración de un Domund para compensar a los que menos tienen en España. Por ello, no sería oportuno crear la hucha del catalán con barretina y el vasco con chapela y pitorro, porque entre unos y otros se llevan la mejor tajada y el más sabroso filete. Las huchas representarían al campesino extremeño, al aceitunero andaluz, al pastor manchego, al agricultor castellano, al ganadero montañés y asturiano, al pescador gallego, al olvidado canario de La Palma, y al melillense y caballa –ceutí–, desamparados por el Gobierno de España. Y lo que se recaudara, se repartiría entre todas las comunidades que financian involuntariamente el separatismo vasco y el independentismo catalán. Sí, de acuerdo, sería como el chocolate del loro, pero algo llegaría a los necesitados, siempre que no fuera el Ministerio de la Igualdad y Transexualidad el encargado de administrar la recaudación, porque en lugar de dinero se distribuirían coñojines, o manuales para formar a los niños en la pedofilia y la pederastia. Es decir, que renuncio a mi brillante propuesta.

Mejor, nos quedamos como estamos, y que sea lo que Dios quiera, o en nuestro caso, lo que Sánchez, Junqueras y «Txapote» dispongan.