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El astrolabioBieito Rubido

Un Gobierno que sueña con una policía religiosa

Feijóo tiene que plantearse seriamente derogar esta ley de memoria que vuelve a enfrentar a los españoles, resucitando un rencor inexplicable

La Ley de Memoria Democrática que el más tenebroso Gobierno de España ha sacado adelante es, sin género alguno de dudas, uno de los mayores atentados a la democracia y a la convivencia. Conviene escribirlo así de claro, ya que, de lo contrario, nos perderíamos en matices y en derivadas buenistas que solo siembran confusión o malentendidos, que finalmente degeneran en resentimiento. Es una ley que ataca la libertad en toda su extensión y en todas sus expresiones. Cercena la capacidad de estudio de los historiadores. Se llegará al punto en que los crímenes se juzgarán en función de la ideología de los autores. Falsea la historia y por eso se hurtará a los más jóvenes una versión ecléctica y equilibrada. Todo ello se convierte en una de las iniciativas más graves que un Gobierno haya tomado nunca. Finalmente, terminará siendo un estéril esfuerzo –además de un negocio– de los desenterradores de odio, ya que a los difuntos ni justicia les harán.

Alberto Núñez Feijóo tiene que plantearse seriamente derogar esta ley que vuelve a enfrentar a los españoles, resucitando un rencor inexplicable. Un rencor que, curiosamente, alimentan nietos de conspicuos franquistas. ¿Para cuándo una lista de los padres y abuelos de personas que hoy, de la mano del PSOE, están en altas magistraturas del país o desde el propio PSOE alientan esa maniquea forma de vender su verdad como si fuese la única? España es hoy menos libre. Desde que Sánchez llegó al poder, los españoles hemos involucionado en todo. Se confirmaron los peores presagios. Cuando la izquierda dirige el país en una coalición socialcomunista, todo va a peor. Ayer mismo el cantante Andrés Calamaro, en una magnífica entrevista que le hizo Luis Ventoso, lamentaba la forma encubierta en que nos están imponiendo falsos paradigmas que cercenan nuestra libertad. Es así de fácil: en la Barcelona de 1973 había más cultura y en algunos aspectos más libertad de expresión que en la de 2022, y que venga la policía religiosa, como la de Irán, a detenerme.