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Desde la almenaAna Samboal

Así cayó Roma

Europa ha creído que podía dar lecciones al mundo, aún abjurando de su herencia cristiana y sin gastarse un euro en sistemas de defensa. Las consecuencias de esa superioridad moral estamos empezando a verlas

La Princesa Heredera al trono de Holanda no puede asistir a sus clases en la universidad. Está recluida en palacio porque La Mocro Mafia, una organización procedente de Marruecos, ha puesto precio a su cabeza. Es un hecho gravísimo que en España ha merecido poco más que algunos titulares en las páginas de la prensa rosa y que, sin embargo, retrata, como poco, el alarmante deterioro del modelo de vida en la altiva y buenista Europa. Si las fuerzas de seguridad de un país no son capaces de proteger la integridad física de las personas que ostentan la Jefatura del Estado, es que hay pocas cosas que estén realmente a salvo.

Holanda es un país muy civilizado. Extremadamente intervencionista en sus medidas económicas, disfrazadas de políticas sociales y extremadamente liberal en cuestiones éticas o sanitarias. Me pregunto si, cuando decidieron favorecer la exhibición de la prostitución en los escaparates y despenalizar el consumo de drogas, calibraron las consecuencias. ¿Pensarían que iba a ser una multinacional de comida rápida, o una farmacéutica cotizada en bolsa, la que sirviera el cannabis, las setas alucinógenas o el hachís, convenientemente envuelto, en los restaurantes? Hoy, en vez de ser más libres, moralmente superiores al resto como quizá creían o a lo peor siguen creyendo, sus ciudadanos viven presos, al albur de las más peligrosas redes narco-criminales.

No es problema sólo de Holanda. No hace tanto que tuvimos noticia de que en Bruselas la policía no trabajaba por la noche, aunque el objetivo fuera detener a unos cuantos yihadistas planeando atentados mortales a gran escala. Y, cuando los mandos policiales decidieron salir de casa, aunque no fueran horas, los belgas se entretuvieron contando gatitos en las redes sociales. Y aquí nos enternecimos, porque nos parecía entrañable.

Europa ha dejado en manos de terceros, a cambio de buenas soldadas, la seguridad de sus fronteras exteriores. Estamos al albur de lo que decidan en Estambul o Rabat, que son los que tienen en su poder el grifo que abre o cierra el tráfico de inmigrantes o delincuentes o lo que quiera cruzar desde la otra orilla del Mediterráneo. Europa castiga el mérito, a los emprendedores y a las empresas con la falsa excusa de salvar a los más desfavorecidos, a los que subvenciona para que callen, porque si gritan dirán que cada vez tienen menos oportunidades. Europa ha creído que con un sistema de bienestar sin parangón en el mundo, con un patrimonio histórico artístico incomparable y con unas élites bien preparadas, podía dar lecciones al mundo, aún abjurando de su herencia cristiana y sin gastarse un euro en sistemas de defensa. Las consecuencias de esa superioridad moral estamos empezando a verlas.