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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Lágrimas de Yoli

La vicepresidenta prefiere llorar contra Franco que contra la ruina que su política y la de su Gobierno de Vichy provocan en España

Yolanda Díaz es un desastre como ministra de Trabajo, pero viste bien y llora mejor. Lo primero desmonta su teoría de que el dinero está mejor en el bolsillo del Gobierno que en el del ciudadano: el suyo puede dedicarlo a cuidarse porque no tiene que pagar el recibo de la luz, la factura del gas, el alquiler del piso o el estacazo del combustible, todo ello gravado fiscalmente hasta extremos confiscatorios pero gratis para ella y tantos otros altos cargos agraciados con la lotería amañada que es la política funcionarial hoy en día.

La de modelitos de Chanel que hasta la tía Paqui podría lucir si todo lo que dedica a mantener el Estado más allá de los servicios públicos esenciales se lo gastara en sí misma, como hace la vicepresidenta segunda del Gobierno de Vichy presidido por este Pétain patán llamado Sánchez, colaboracionista con la Cataluña separatista: somos comunistas, pero con tu dinero.

Los llantos de Yoli al menos no nos cuestan, aunque cabe recordar los estudios científicos que atestiguan cómo el cocodrilo suelta lágrimas mientras devora a sus víctimas: se puede llorar para ver mejor a Dios, que decía Víctor Hugo, pero también para ejercer de reptil hambriento en una charca menguante donde todos somos gacelas.

La cuestión es que Penélope Glamour ha llorado por Franco, o contra Franco, o para Franco; anunciando solemne la retirada de una medalla cuya posesión desconocíamos: nadie hace más por mantener vivo al franquismo que los antifranquistas sobrevenidos, esa curiosa colección de negacionistas del presente que solo saben gestionar un pasado imaginario o superado para esconder sus dificultades, torpezas y fracasos en la gestión de la dura realidad.

Díaz, que sigue en proceso de escucha sea lo que sea eso en alguien que ya tenía tímpanos antes de iniciarlo, es cualquier cosa menos inocente: al igual que Sánchez se va a África para que su traición a España le pille lejos y a nadie se le ocurra acusarle de sedición antes de que ese delito deje de tener reproche penal; la vicepresidenta esconde las atroces consecuencias de su política laboral balbuciendo lágrimas reptilianas.

El desastre económico generado por un Gobierno ruinoso es de tal magnitud que, incluso cuando venden la falsedad de que tenemos más cotizantes que nunca, prefieren que se hable de Franco: si tuvieran confianza en ese dato, cocinado por otro Tezanos de los múltiples Tezanos al servicio de Vichy, jamás hubieran elegido el mismo día de la buena nueva para oscurecerla con el enésimo viaje a la Guerra Civil.

Los 20 millones de cotizantes son, en la práctica, las víctimas de la magia contable de un Gobierno que ya no aspira a cambiar la realidad y se conforma con maquillarla, como los especialistas de la funeraria que apañan cadáveres perjudicados para darles una falsa apariencia de paz.

En esa cifra aparecen millón y medio de parados rebautizados como fijos discontinuos; zombis en el limbo de un ERTE; trabajadores a media jornada; asalariados con salario tercermundista; autónomos sin actividad apenas y toda esa pléyade de supervivientes de una clase media que es baja en todo menos en orgullo.

A Yolanda Díaz nada de eso le importa si puede travestir la verdad con magia contable, idéntica a la de Sánchez con el delito de sedición: nos quieren hacer ver que, aunque usted se muera de hambre, tiene suerte de formar parte de la población activa; o que darle una pistola a Junqueras y Puigdemont es bueno para pacificar Cataluña.

Nos están traicionado en directo, pero hay que ver qué guapos son los traidores, qué bien visten en Madrid o en Senegal y qué despilfarro de emociones perdidas como lágrimas en la lluvia.