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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Un hombre de Estado

Unos lamentan la penosa situación de la justicia y piden responsabilidad al PP olvidando que fue Sánchez quien ha tomado a la justicia como rehén y maniató al CGPJ

Anda el pedrismo enfurecido y algo perplejo por el hecho de que Feijóo se haya levantado de las negociaciones para la reforma del Consejo General de Poder Judicial y le haya dicho a Sánchez: ahí te quedas con tus socios de ERC. ¡Qué derroche de sofocos! Solo les falta llorar como Yolanda Díaz al desmedallar a Franco.

Unos lamentan la penosa situación de la justicia y piden responsabilidad al PP olvidando que fue Sánchez quien ha tomado a la justicia como rehén y maniató al CGPJ para forzar el cambio de mayorías en el Tribunal Constitucional. Otros se avergüenzan por el papelón que estamos haciendo en Europa, agravado por el hecho intolerable de que Feijóo no sepa hablar en inglés, que debe ser algo tan grave como el Brexit. Los más numerosos apuntan a la supuesta falta de carácter del gallego, incapaz de resistirse a las órdenes de Isabel Díaz Ayuso o de la pérfida prensa de Madrid. Estos son los más entusiastas porque han reencontrado a la derechona que tenían despistada desde hace tiempo. Y luego están los sesudos que dicen no reconocer en Feijóo al hombre de Estado que habían creído ver. ¡Mecachis! Con lo que cuesta encontrar un hombre de Estado para que este se nos esfume por un quítame allá estas penas por sedición.

Ahora asistimos a todo un festival de filtraciones sobre los pormenores de la negociación y de la ruptura. Les aconsejo que no se distraigan con los dimes y diretes para ir al fondo de la cuestión. ¿Alguien en su sano juicio hubiera podido esperar otro comportamiento por parte de Feijóo? Ha hecho lo único que podía hacer un líder del PP en las mismas circunstancias: intentar arreglar un problema como es la situación de la justicia y oponerse con todos los recursos a su alcance a la rebaja del delito de sedición dictada por los sediciosos.

Un hombre de Estado debe intentar, desde el gobierno o desde la oposición, buscar consensos que faciliten el buen funcionamiento de las instituciones. Felipe, Fraga, Aznar, Rubalcaba, Rajoy, incluso Zapatero, consiguieron hacerlo sobre los más diversos asuntos; pero ninguno tenía como convidado en dichos pactos a los enemigos del Estado.

Sánchez ha escogido gobernar con ellos y así le luce el pelo al PSOE en las encuestas, pero no puede pretender que el PP avale su estrategia de blanqueo del golpismo independentista. Aquellos que echan en falta un hombre de Estado deben mirar al inquilino de Moncloa y a sus socios. Son ellos quienes han roto las costuras de la política española; la obligación del Partido Popular es oponerse a ese Frankenstein como se opuso en su día al Estatuto de Cataluña o a la negociación política con ETA.

Los más escépticos siempre dudaron de la posibilidad de llegar a un pacto de la justicia mientras Sánchez siguiera encamado con ERC y con Bildu. Los hechos han venido a darles la razón; no se puede hacer un pacto de Estado sobre los escombros del Estado. La política, dijo Aristóteles, es el arte de lo posible, no de lo imposible.