Pumpido, la toga y el polvo
Las leyes, en la doctrina de este sujeto, son interpretables a la conveniencia del poder de turno
Los periodistas a los que Pedro Sánchez distingue con sus exclusivas y llama por sus nombres se han desgañitado este fin de semana para lapidar a Alberto Núñez Feijóo exigiéndole un sentido de Estado que jamás han solicitado para el presidente rehén de los enemigos de España. Los conozco y son los mismos que aplaudieron a la célula madre de Sánchez, José Luis Rodríguez Zapatero, cuando puso en marcha la demolición del Estado de Derecho, desamparándolo frente a los que querían y quieren fulminarlo: algunos, 9 Parabellum en mano. De entonces data un personaje que es clave para entender por qué el actual presidente ha atado de pies y manos al poder judicial para que no impidiera el cambio de mayorías con el objeto de que, incluso cuando él sea desalojado del Gobierno, no se pueda dar marcha atrás a la ingeniería social que ha destrozado nuestro sistema de convivencia.
Ese personaje fue fiscal general del Estado (plurinacional de Zapatero) y atiende al nombre de Cándido Conde-Pumpido. Su nuevo jefe le quiere colocar en el Tribunal Constitucional como can Cerbero de las esencias independentistas, trans y abortistas. Para ello quería que el líder de la oposición fuera su cómplice hasta que la bocachancla que tiene por ministra de Hacienda destapó (si es que hacía falta) la jugarreta, tan propia del sanchismo. Don Cándido (hay que reconocerle a Sánchez su capacidad para encontrar lo más abyecto de la sociedad) ya estaba limándose las uñas y la ética para asaltar el Tribunal Constitucional y culminar así la gran obra que comenzó en 2006. Pumpido tiene música: se pasó la separación de poderes y la decencia jurídica por el forro de la toga, cuando dijo que la suya y la de sus compañeros debían mancharse con el polvo del camino, sobre todo si ese camino conducía a la sede de Batasuna, donde le esperaba Otegi, para deponer teatralmente las armas a cambio de su blanqueamiento; deposición que le sirvió al fiscal general para cubrirse de hedor patrio.
La aberración era colosal: nada menos que el defensor de la legalidad, el máximo exponente del Ministerio Público, encargado de acusar a los delincuentes que atentan contra nuestra vida y hacienda, venía a decir que los jueces y los fiscales tenían que olvidarse del marco legal y mirar para otro lado si un político o una coyuntura partidista les obligaba a restregarse en el barro, a enfangar su decencia, prostituyendo su sagrada labor constitucional. Es decir, las leyes, en la doctrina de este sujeto, son interpretables a la conveniencia del poder de turno; los tribunales tienen que ser permeables al mando supremo y a sus intereses y adaptar los criterios jurídicos a la estrategia de los despachos. Eso de atenerse a los hechos, a las pruebas y evidencias, es, para el mirlo blanco que quiere colocar Sánchez en el tribunal de garantías constitucionales, algo rancio y obsoleto, propio de las democracias liberales superadas ya por los regímenes bolivarianos.
El Gobierno quiere que el Constitucional esté formado por siete magistrados de izquierdas, encabezados por Pumpido, frente a cuatro de centro-derecha, correlación de fuerzas que permita que sus bodrios jurídicos (firmados a pie de página por Otegi, Junqueras y la simpar Irene) reciban el aval definitivo. Los juristas del sanchismo tienen que ser así: gastar un oído fino que les oriente sobre las necesidades del poder y una cintura de extremo izquierdo para rematar cualquier balón que les lance el jefe, en favor de necesidades de mayor rango, cual es permitir que los menores se cambien de sexo con solo visitar el registro, que las niñas aborten a espaldas de sus padres, que Otegi tenga a todos sus amigos terroristas tomando chiquitos para celebrar su próxima condición de lehendakari y que Junqueras pueda convocar otro referéndum –Cándido ya se encargará de que sea legal– que separe Cataluña del resto de España. Ah y que Puigdemont, después de pasar un rato por el banquillo, pueda igualarse las puntas en la peluquería de su pueblo gerundense. Todo en orden, pues. Feijóo con la Constitución y Sánchez con sus verdugos.