Hablemos de Feijóo
A Sánchez no se le puede dar tregua ni blanquearlo como él ha hecho con Iglesias, Junqueras o Bildu para que se naturalicen sus constantes abusos
De cuál es la opinión que tiene Pedro Sánchez de la Justicia y para qué la quiere da cuenta su impresionante currículo al respecto: inició sus andanzas gracias al juez De Prada, que convirtió a un testigo de nombre Rajoy en culpable para justificar una artera moción de censura, presentada por el actual presidente para escapar de su expulsión del PSOE y ganar en los despachos lo que había perdido en las urnas. Dos veces en seis meses.
También ayuda a entender la visión que nuestro Pedro Chávez tiene de la separación de poderes todo lo perpetrado a continuación, que resumo en un breve listado para no transformar un artículo de razonable extensión en una conferencia de, digamos, Monedero.
Asaltó la Abogacía del Estado, ocupó la Fiscalía General, anuló las sentencias del Supremo con indultos injustificables, ignoró los fallos del Tribunal Constitucional por su gestión criminal de la pandemia, intentó cambiar las mayorías para elegir a los vocales del Poder Judicial y que dependieran solo de él y de Iglesias, paralizó la actividad del órgano de Gobierno de los jueces para lograr su rendición y pisoteó las exigencias de Europa, del 90 por ciento de las asociaciones de jueces, fiscales o abogados para que no metiera sus sucias manos en un poder ajeno y definitorio de una democracia.
A esto pueden añadirle el historial más grueso de resoluciones adversas del Consejo de Transparencia, que no ha dejado de señalar los abusos, triquiñuelas, caprichos y cacicadas de un presidente convencido de que solo tiene futuro si repite sus andanzas del pasado: o fuerza las normas, redefine el juego y amaña las reglas o tendrá las mismas opciones de seguir en el poder que Íñigo Errejón de ser la imagen comercial del coñac Veterano.
Sánchez se resume en un atraco y un apaño, el primero perpetrado con la moción de censura y el segundo anunciado con su abordaje al Estado de derecho, a sus instituciones, a sus poderes, a sus procedimientos y a su liturgia; del que la rebaja del delito de sedición es una obscena tarjeta de presentación y la jugada de entrar a saco en Indra un sospechoso indicio de lo que está dispuesto a hacer.
Ese es el contexto de un personaje que ha convertido el abuso en norma, hasta el punto de hacerlo tan frecuente que nos hemos acostumbrado y ya nada nos escandaliza, por escandaloso que sea: el propio PP ha naturalizado el exceso al prestarse a negociar con un personaje ante el que solo cabe resistirse, sin darle un respiro ni dejar de denunciar, cada cinco minutos, los abusos que perpetra en cualquier ámbito imaginable.
En el económico solo trae ruina; en el social confrontación; en el institucional deterioro y en el legal pucherazos. Mantener la pose dialogante es pese a todo razonable si, una vez cubierto el expediente, se impide un acuerdo que blanquee a Sánchez en la misma medida que Sánchez ha blanqueado a Iglesias, a Otegi y a Junqueras.
Y eso es lo que ha hecho Feijóo, si tenemos en cuenta el resultado: evitar que el Poder Judicial se convierta en el Joder Pudicial que quiere Sánchez y que gracias a ello, se legalicen sus excesos y la democracia se transforme en un régimen adaptado a las necesidades de un presidente definitivamente incompatible con la democracia.
Hubiera hecho bien el líder del PP en negarse a recuperar el diálogo desde que trascendiera la intentona de alfombrar la futura sedición de los ya indultados, y hubiese sido mejor que centrara su discurso en exigir un cambio inmediato del modelo de elección del Poder Judicial y la anulación de la ley sanchista que lo tiene inmovilizado; pero ante el riesgo de que le temblaran las piernas por la presión externa, hemos de dar por bueno el resultado.
Como dijo Lao Tsé, lo importante no es que el gato sea negro o blanco, sino que cace ratones. Y Feijóo, algo tarde y con algunas contradicciones tal vez, no ha dejado que el roedor se salga con la suya: ahora se trata de que frene también las nuevas intentonas de un tipo que, en realidad, ha rebajado la sedición para poder perpetrarla él mismo.