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Cosas que pasanAlfonso Ussía

De Otero y Gil de Biedma

Sánchez jamás se disculpa cuando emite burradas. Es un mentiroso que se cree sus mentiras y vive feliz, en las nubes, en las nubes de la adulación, del poder, del Superpuma o del Falcon

Todos sabemos, y especialmente sus 1.840 asesores, que Sánchez no escribe sus discursos. Si no redacta sus tesis doctorales, menos aún los discursillos ante públicos militantes y mayoritariamente analfabetos. Y todos sabemos que Sánchez no ha leído nada de Gil de Biedma y Blas de Otero, que no era sevillano como algunos afirman, sino vasco, natural de Bilbao y fallecido en Majadahonda. Por lógica, si se equivoca el asesor de Poesía Contemporánea, yerra el predicador. Si se equivoca el Asesor de Geografía Africana, y confunde el Senegal con Kenia, separadas una de la otra por más de 5.000 kilómetros, yerra el charlatán. Así que el bocazas atribuyó al bueno de Blas de Otero unos versos de Jaime Gil de Biedma de su poema «Apología y Petición» que forma parte del poemario Moralidades. Para mí, que Blas de Otero voló a más altura en la poesía que Jaime Gil de Biedma, excesivamente sobrevalorado. Y lo escribo desde el parentesco político, porque Gil de Biedma era primo hermano de mi suegra, Pilar Muguiro Gil de Biedma, y por ello, sin que medie discusión alguna, fue tío de mi mujer y de Esperanza Aguirre. Guardo en mi memoria una comida inolvidable con Jaime Gil de Biedma en el restaurante La Rabia de Comillas. Simpático, agudo y divertido, pero no libre de la cínica y esnob pertenencia a la pesadísima gauche divine barcelonesa. Porque hubo un tiempo en el que Barcelona tuvo una izquierda divina en lugar de una izquierda cochina, y esto hay que resaltarlo. Pero, sí, en mi opinión, Jaime Gil de Biedma voló a menor altura en la poesía que Blas de Otero, no quiero decir con ello que su vuelo fuera rasante. Escribió formidables poemas, más influidos en sus aristocráticos ancestros segovianos de la vertiente norte del Guadarrama que por las inmensidades del Mediterráneo.

«Yo nací, perdonadme, / en la edad de la pérgola y el tenis». Un buen poeta no merece que un ignorante le robe sus versos para atribuírselos a otro autor de bellas melancolías. Pero Sánchez es así. Así es, si así os parece, evocando la comedia del gran Luigi Pirandello, que el asesor de Teatro Italiano de Sánchez confundiría con Pietro Farinello, defensa central en el decenio de los 60 del Nápoles, muy contundente y con buen remate de cabeza, aunque nunca alcanzó la internacionalidad.

Sánchez jamás se disculpa cuando emite burradas. Es un mentiroso que se cree sus mentiras, y vive feliz, en las nubes, en las nubes de la adulación, del poder, del Superpuma o del Falcon. Camprodón fue un mal poeta, o peor aún, un poeta malísimo. Tan malo como el murciano don Pedro Boluda, autor de La Paz Mundial, o el Reverendo Padre Matías de Oteyza al que confundí durante muchos años con el Padre Carulla, autor de La Biblia en verso. El reverendo Oteyza se limitó a versificar el Nuevo Testamento, y de esta manera glosó el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.

Nuestro Señor Jesucristo
Nació en un pesebre.
Donde menos se espera…
¡Salta la liebre!

Narciso Serra –no el nefasto ministro de Defensa de Felipe González–, fue un poeta gracioso y oportuno. Despreciaba a Camprodón. Y los dos fueron amantes de una marquesa encendida. En el álbum de firmas de la marquesa, Serra leyó una dedicatoria de Camprodón, en la que le dedicaba una obra que no era suya. Como si Camprodón fuera Sánchez.

Como prueba de mi afecto
Y sincera admiración,
Le dedica esta comedia
Su devoto Camprodón.

Y Serra escribió a renglón seguido.

Si los versos míos son,
Y la comedia es francesa,
¿Qué dedica Camprodón
A la señora marquesa?

Todo esto para recomendarle al mentiroso charlatán que deje de hacer el rídículo con sus citas literarias. Que respete a los buenos poetas. Que se refiera en sus discursos a la militancia alquilada e ignorante al indulto prometido a Puigdemont y al consumado de «Txapote». Y que deje en paz a Blas de Otero y Jaime Gil de Biedma, que han tenido la suerte de morir con anterioridad a su despreciable presencia en el paisaje de España.