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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El beso de Pablo e Irene

La izquierda radical se deshace entre besos venenosos con otro ajuste de cuentas entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz.

Pablo e Irene se han besado en público en la clausura de la Universidad de Otoño de Podemos, que ni es Universidad ni puede demasiado: más allá de presenciar el reencuentro de Chenoa y Bisbal, en ósculo preparado con mimo y resuelto con artificio, como el del niño del tercero con la señora del sexto cuando la madre le obliga; el intercambio de veneno entre los Marqueses de Galapagar solo ha servido para sellar su defunción.

A un lado están ellos, que son pocos y mal avenidos; y al otro Yolanda Díaz, que es Iglesias con laca y hablar bajito. Los ataques de machito alfa, que ha pasado de asaltar cielos a conformarse con presentar un podcast, deben sentarle a la lideresa del enésimo Frente de Liberación de Judea como la picadura de un mosquito a la piel de un elefante.

Podemos, que es el PCE con gritos, y Sumar, que es IU sin voces, son lo mismo con distinto disfraz y aspiran a reeditar el enésimo intento de la izquierda radical por parecer algo nuevo sin dejar de ser lo de siempre, previo ajuste de cuentas entre las distintas facciones del politburó.

Si alguien tenía dudas de la desesperación de Podemos, la resurrección de Pablito las despeja: mucha inclusividad, mucho feminismo, mucho unidas y mucha Belarra y Montero, las niñas de la curva; pero al final tiene que venir el dueño del cortijo a poner los puntos sobre las íes y a dar besos antes de irse a grabar otro podcast para Roures.

Podemos se ha convertido, al fin, en una SL cuya única misión es dar un buen sueldo con el mínimo esfuerzo a sus propietarios, ya calados hasta las trancas por todo aquel que sepa percibir la diferencia entre un guardameta o que te la meta un guarda, resumida en una paradoja ya insalvable: ellos se han enriquecido como nunca mientras el resto se empobrecía como siempre.

Del funeral de Podemos solo queda por saber si Yolanda Díaz oficiará las exequias antes o después de las elecciones generales: nada de lo que le pidan tiene necesidad de dárselo; y nada de lo que les dé cambiará su carácter gregario, por mucho que Iglesias se venga arriba en un acto fúnebre para los pocos cafeteros que aún le creen o, como Echenique y Monedero, también viven del cuento.

La pregunta ya no es cómo acabará la guerra entre Podemos y Sumar, que es ya como poner a una tortuga coja a correr contra una liebre dopada por Sánchez, sino hasta dónde alcanzará Yolanda Díaz para hacer de báculo de su actual promotor, desesperado por encontrar un complemento para el PSOE que mejore sus exiguas expectativas electorales.

Si los socialistas se echaron en brazos de Podemos, con otro beso sin amor entre Sánchez e Iglesias, ahora lo harán en los de Yolanda Díaz, aupada primero por su víctima y luego por el socio con tragaderas que ambos comparten, entre besos de mentira, con curare en los labios y la sensación de que el entierro de todos ellos está programado y solo difieren ya en la fecha de cada velatorio.