Ayuso se ha quedado corta
Los guardianes de la revolución sandinista habrían fulminado a los del procés, no habrían dejado del trilero de Waterloo ni el flequillo
Los políticos actuales son seres hiperbólicos por naturaleza. ¿Por qué se van a ajustar a la realidad si pueden exagerarla para denostar al contrario? Sin embargo, a la última rajada de Isabel Díaz Ayuso ante Ana Rosa no le encuentro extremosidad alguna. Es más, creo que la presidenta madrileña describió a las mil maravillas a Pedro en el país de los desastres. Los tertulianos de izquierdas agotaron las pilas de los desfibriladores en los platós mientras exigían que Feijóo desautorizara a su compañera.
Cómo de perentoria sería la orden de Moncloa que hasta la ministra de Transportes entró en una tele amiga para reclamar la rectificación del jefe de Ayuso, mientras tenía a los transportistas en pie de guerra amenazando con paralizar el país y desabastecer los lineales de los súper. Si ustedes la vieron hiperventilando, no era por los camioneros ni por lo precios del combustible, sino por un fingido brote de ursulina socialista llamando a la paz entre los hombres y llorando por su líder carismático mancillado por la malvada madrileña.
Vayamos por partes. Resulta que a la líder autonómica se le ocurrió decir que la España sanchista progresa adecuadamente como alumna aventajada de la Nicaragua de Ortega. Es cierto que España es un Estado de derecho dentro de la Unión Europea pero los resabios autoritarios no conocen de continentes ni de regímenes. Porque en la asignatura sandinista de maniatar a la oposición y deslegitimar las instituciones colonizándolas, nuestro Pedro saca matrícula.
Que se lo digan si no a la Comisión Europea, que tuvo que echar atrás una aberración legal que pretendía debilitar las mayorías para elegir en el Parlamento el órgano de Gobierno de los jueces o a su Banco Emisor, que ha tenido que tirar de las orejas al Gobierno por quererle pegar un estacazo fiscal a los bancos y a las eléctricas, que sabe perfectamente que van a repercutir en los paganini de siempre. Manipular las encuestas pagadas por todos, colocar amiguetes en instituciones tan sensibles como la Abogacía del Estado, el Tribunal de Cuentas y la Fiscalía General son prácticas que serían la envidia del sátrapa nicaragüense, otro enterrador de Monstesquieu con menos donosura que el español, pero similar desprecio por la separación de poderes.
A Ayuso se le ocurrió decir –¡oh, a mí las sales!– que Pedro Sánchez es un presidente «autoritario». Más allá de esa tensión maxilofacial que le denuncia cada vez que alguien le pone en aprietos o la gente le abuchea en la calle, el líder socialista es el presidente que menos ruedas de prensa ha convocado, que más legisla a través de decretos ley (supera ya los 125), que más chapas ha echado desde la tele cuando suspendió nuestras libertades durante la pandemia –práctica tan democrática que fue condenada por dos veces por el Tribunal Constitucional– y que, por primera vez, ha institucionalizado la censura a los medios de comunicación no afines, a los que jamás ha concedido entrevista alguna. Sánchez no encarcela a los periodistas, pero aprueba un bodrio legal que permite multarles por publicar los secretos oficiales que él decida y tiene una comisión permanente contra «la desinformación», lo más parecido al Ministerio de la Verdad tan del gusto de los Iglesias, Ortega y Maduro.
Y ya el colmo de la crítica descarnada, a juicio de los pedriperiodistas, fue que Ayuso dijera que Sánchez se quiere cargar la Monarquía para instaurar una República. Qué otro objetivo puede tener si no, debilitar la figura de Felipe VI, incluso contraprogramarle en cumbres mundiales con una agenda paralela con la aspirante a primera dama Begoña Gómez, usarle de escudo para eludir los pitidos ciudadanos, saltarse el protocolo real para parecer un jefe de Estado y, sobre todo, contribuir al juicio sumarísimo contra el anterior Monarca, como agradecida correspondencia a los votos que te prestan los partidos que odian a España; golpistas y herederos de terroristas, entre ellos. Como Sánchez no dice la verdad ni al médico (ni, por supuesto, al tribunal académico que le dio el doctorado cum laude por un copia y pega) nunca va a reconocer que haberse cargado la concordia entre españoles y el consenso de la transición es el mejor caldo donde cocer sus aspiraciones a presidir una República.
Solo en una cosa creo que Ayuso se equivocó. En una República sandinista, a los Junqueras, Puigdemont y demás chicas del montón que osaran conspirar contra la unidad de Nicaragua no les hubieran indultado ni pagado con dinero público una mansión en Bélgica desde donde burlarse del Estado ni se les prepararía una reforma ad hoc que los invitara a cometer de nuevo los mismos delitos. Los regímenes comunistas tienen sus propios métodos para hacer desaparecer a los enemigos de la patria. Los guardianes de la revolución sandinista habrían fulminado a los del procés, no habrían dejado del trilero de Waterloo ni el flequillo.