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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Beso de adiós al mañana

Un beso ahora. Antes del segundo round. Puede que el viejo Jefe piense que va a recuperar lo que su vanidad le hizo perder

Arrumacos y beso sobre el escenario del Teatro Callao. Como siempre, Iglesias y Montero representan a Evita Perón en versión cutre. A mí me trajeron el domingo, sin embargo, el recuerdo de una de mis novelas favoritas. Que no es negra, es negrísima: Dile adiós al mañana. La traducción española pierde –porque, en el paso de una lengua a otra, es inevitable– un matiz crucial: el beso del título original. Este que nos devolvió el Teatro Callao hace tres días.

Kiss tomorrow goodbye –literalmente, «Dale un beso de adiós al mañana»– es la historia de una locura. No demasiados novelistas se han atrevido a llevar tan lejos la apuesta: narrar, de la primera a la última de sus casi cuatrocientas páginas, desde la voz y la perspectiva de un psicópata ajeno al más tenue afecto. La muerte, para Ralph Cotter, es una, más o menos compleja, artesanía de medios y objetivos. Y de medios y objetivos es su cruce corpóreo con la pasional Holiday Carleton, a cuyo hermano Cotter ha asesinado en las primeras páginas de la novela. Pero hay el cruce físico. Y hay, en el título original, el beso que lo etiqueta: vieja historia de amor y muerte.

McCoy, que es el más extremo –no pienso que el mejor, pero sí el que apuesta más fuerte– de los maestros de novela negra, me ha vuelto a la memoria al contemplar esa tierna foto del escénico beso peronista. Y se me ha entreverado con la imagen del espectáculo Montero-Iglesias hace tres años. Cuando el caballero quiso estrellar a su dama contra el muro de hormigón de Isabel Díaz Ayuso. Un plan maestro: Irene se rompía la crisma y, de paso, perdía su adorado Ministerio. Y el macho alfa se evitaba el coste de la prevista derrota y seguía vegetando, como hasta entonces, en su ornamental vicepresidencia.

Se equivocó. Como se equivocaba el inteligentísimo asesino Cotter con la tan elemental Carleton. Y esta vez fue Montero la que jugó con cabeza fría. Lo sabemos, porque los asistentes a la ejecución no se privaron de contarlo luego. La ministra dejó al jefe exponer la trascendencia de vencer a Ayuso en las elecciones madrileñas. ¿Y quién mejor que Irene?, concluyó él. Replicó ella, como un muelle que salta: ¿que quién mejor? Pues tú, por supuesto, que para eso eres el más listo y el líder natural de la gente. No pudo negarse. Y feneció. Montero, en tanto, siguió imperando sobre su coro ministerial de Euménides.

Un beso ahora. Antes del segundo round. Puede que el viejo jefe piense que va a recuperar lo que su vanidad le hizo perder. Debería pararse, mirarse en el espejo. Vería entonces que es un juguete roto: uno de esos boxeadores que retornan groguis a la lona para ser masacrados por un contrincante que los aguarda en frío. Da tu beso de adiós al mañana, chico. No eres ya nada más que un blogger más; sin mucha diferencia con las adolescentes monas que explican maquillaje o moda por YouTube. Sólo que a ti la hora te ha llegado. La killeresa aguarda. Lo sabes, desde luego, pero conviene siempre despedirse como un sentimental caballero.

Beso de adiós. Al mañana. Última página de McCoy: «Sabía que iba a disparar: me lancé hacia ella y la llamarada del treinta y ocho me alcanzó a mitad de camino».