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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Bravo, transportistas

Lo sepan o no, los transportistas nos representan a todos los habitantes de la España real, esquilmada y humillada por la España extractiva de la inútil industria política y sindical

Quizá los transportistas no lo sepan, pero su protesta no es solo por ellos ni para ellos. Su calvario es el de millones de vecinos de esa España real que, mientras mantiene el país, recibe el desprecio, los abusos e incluso los insultos de esa otra España oficial y extractiva que vive del esfuerzo ajeno y lo reparte luego, con caciquismo clientelar, desde el BOE.

Es la protesta del pequeño comerciante, del autónomo, de la empresa familiar, de la pyme, del trabajador por cuenta ajena y de ese español que, en general, no se mete en líos porque no tiene tiempo, siempre le pilla currando y carece de organización alguna.

Los liberados sindicales siempre tienen hueco en su agenda para protestar, entre puente y moscoso, para esquilmar el erario público con convenios colectivos obscenos que agotan el presupuesto en privilegios y canonjías y les obligan luego a dar cobertura al Gobierno en sus peores excesos.

La UGT y CCOO no saben lo que es un trabajador de verdad y, cuando ven uno subido en una furgoneta, recelan de él, lo criminalizan, le llaman facha e intentan que no prospere ni se una porque eso acabaría con su chiringuito y cerraría el sangrante grifo de la financiación pública.

En esta crisis, han cerrado decenas de miles de establecimientos y de empresas familiares, se han hundido en la pobreza millones de trabajadores asediados por la inflación y el abuso fiscal, se han deteriorado ganaderos, agricultores y pescadores y se ha extinguido, casi por completo, la clase media.

Pero no ha cerrado ningún ayuntamiento, no ha habido ERES en ninguna Universidad, Diputación, comunidad, fundación, organismo u observatorio; no ha habido ajuste alguno en la Administración Pública y no ha cesado la mamandurria de toda esa selva política, sindical o patronal que esquilma la economía, evita la prosperidad y genera sociedades sumisas a cambio de una paga.

Al contrario, en el mismo tiempo en que «Mercería Conchi» cerraba y todo el mundo se empobrecía un 10 por ciento pero seguía pagándole al Estado casi la mitad de su renta; esa industria se ha subido los sueldos, ha incrementado las subvenciones, se ha reducido la jornada laboral, se ha concedido el teletrabajo para no pisar la oficina ni rendir desde casa, ha ampliado sus festivos y ha mejorado sus salarios como nunca en lustros.

Lo sepan o no los transportistas, protestan por todos y han tenido los arrestos de preguntarse por qué la vida es tan dura para ellos y tan fácil para los que dicen trabajar para ellos y solo lo hacen para sí mismos. Y si eso nos deja sin gambas en Navidad o nos obliga a sanear el trasero con las hojas volanderas del BOE, debemos apañarnos.

Porque ellos, y solo ellos, han tenido los bemoles que el resto no hemos tenido para decirle a la Cosa Nostra política que hasta aquí hemos llegado. Yo ya me estoy poniendo mi chaleco amarillo y desde esta camioneta virtual que es una columna periodística, toco la bocina, les doy las gracias y les pido que aguanten, no se rindan a las presiones y no tengan miedo.

No están solos: a su lado hay una mayoría silenciosa que tiene el derecho, y la obligación, de decir algo de una puñetera vez.