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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Luis Enrique

Este Luis Enrique es peculiar. En el refrendo ilegal de los golpistas a punto de ser elevados a las glorias sanchistas, Luis Enrique reconoció en las redes sociales que había votado con un «¡Visca Catalunya!»

Luis Enrique tiene nombre de galán latino en tormentosa serie venezolana.

–Caminas en belleza, Laura Melissa–

–Eres un provocador, Luis Enrique–.

– Quiero hacerte mía, Laura Melissa–,

–Sabes muy bien que pertenezco a Guillermo Honorio–.

–Serás mía, Laura Melissa–.

–Jamás, Luis Enrique. Guillermo Honorio es mi dueño–.

Y así, treinta minutos más, transcurridos los cuales, el espectador queda impactado, y aguarda con impaciencia el siguiente capítulo sin atreverse a vaticinar si Luis Enrique va a poseer a Laura Melissa, si Guillermo Honorio está al corriente de las intenciones de Luis Enrique, si Laura Melissa resiste, o si, por el contrario, al saber Laura Melissa que Guillermo Honorio ha tomado el café con su antigua prometida Luz Susana, Laura Melissa, impulsiva y engañada, decida entregarse a Pedro Yonatán, primo de Guillermo Honorio, socio de Luis Enrique, y divorciado de Gloria Verenice, la hija de doña Inés Julia, mujer de mucho carácter y difícil para el perdón. Yo mismo estoy a un paso de intrigarme.

Nuestro Luis Enrique es otro. Hoy, cuando escribo, está en todas las salsas y conversaciones. Me dicen que es el seleccionador de España. No de todos los españoles, sino de los futbolistas que competirán con la camiseta española en el próximo Mundial de Qatar, ese que los prestigiosos comentaristas deportivos denominan «los Mundiales de Qatar», como si fueran a celebrarse en Qatar varios campeonatos del mundo simultáneos. Los mismos que se refieren a las «inolvidables Olimpiadas de Barcelona», cuando en Barcelona tuvieron lugar unos Juegos Olímpicos muy bien organizados y subvencionados por todos los españoles. La Olimpiada, así en singular, no es otra que el tiempo que transcurre desde que se apaga el pebetero de unos Juegos Olímpicos hasta que se enciende el de los siguientes. Es decir, que la Olimpiada dura cuatro años, y los Juegos Olímpicos, un mes.

Este Luis Enrique es peculiar. Asturiano, algo sesgado, chuleta, jugó en el Sporting de Gijón, en el Real Madrid y posteriormente en el Barcelona, club con el que se identificó plenamente. Tanto, que en el refrendo ilegal de los golpistas a punto de ser elevados a las glorias sanchistas, Luis Enrique reconoció en las redes sociales que había votado con un «¡Visca Catalunya!». Para agradecerle el detalle, fue designado como seleccionador de España, y ayer hizo pública la relación de los futbolistas elegidos para corretear en los estadios petrolíferos, en un Mundial que se disputará cuando el sol se esconda, porque en Qatar pega el sol con más fuerza que los latigazos a las mujeres que desean ser libres como las occidentales. Y esa relación de jugadores, como es habitual, ha sido motivo de airadas protestas y sinceros entusiasmos, como siempre ocurre. En mi caso, aún siendo un gran aficionado al fútbol, madridista profundo y seguidor de la Selección de España –los periodistas le dicen «La Roja» aunque juegue de azul, o de blanco–, he superado la polémica, porque no pienso seguir ningún partido. No por culpa de Luis Enrique, de su barcelonismo vírico y de la elección de sus muchachos. No voy a seguir este Mundial de Qatar porque me parece vergonzoso que sea Qatar su sede, porque creo que muchos dirigentes del fútbol son más ricos después de elegir Qatar para la competición que se avecina, y porque Luis Enrique y la mayoría de sus seleccionados, me caen muy mal y no me representan. Soy libre –todavía–, para comportarme con parcialidad y subjetividad. El fútbol se inventó en el siglo XIX, y su gran cita se celebrará en el siglo XI. Demasiado para una mentalidad tan simple como la mía.