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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Carta a un cobarde

Sé que has perdido la motivación para defender lo que el presidente que te representa te ha arrebatado. Callas y te sientes aliviado cuando amigos de tu padre como Page, Lambán o Vara farfullan contra el que los puede apartar del machito

Reconócelo. No haces nada porque te da pereza. Demasiado tienes con pagar la hipoteca que los del BCE te están poniendo por las nubes y con seguir guardando unos euros para las cañas del sábado. En tu casa, donde se votó siempre a Felipe, te enseñaron los valores de la moralidad, la patria y la lucha por tu país, hasta tu padre viejo socialista invocaba a Ortega y su cirujano de hierro. Pero ha pasado mucho tiempo de eso y la democracia se ha vuelto hedonista y tú, equidistante, pluralista y ecologista, la mayor prueba de la decadencia liberal.

De hecho, hay quien dice que no existes. Que el buen socialista que detesta a Sánchez es un animal mitológico que se extinguió en verano de 2018 cuando Pedro trató de salvarse con un pucherazo en el Comité Federal. El antiguo testamento del PSOE, los amigos de tu padre, le lanzaron por la ventana para evitar que vendiera España a los que querían aniquilarla. Pero él se revolvió, cual animal vengativo con sed de sangre. En cuanto un juez amigo le dio el pretexto, con un párrafo en una sentencia de la Gürtel, ejecutó el plan: llegó a La Moncloa sin tener que pasar por las urnas, el obstáculo democrático que le impedía apropiarse del poder. Y luego, con la maquinaria propagandística del Estado a su favor, sería más fácil vencer. Ya te lo dijo tu viejo: este tipo tiene un carácter helado, esquinado, rabioso, amargo, hosco, mira cómo se le tensa la mandíbula, en él la palabra es un instrumento táctico que solo tiene el valor del momento concreto. Revocó en cuestión de meses todo el discurso de centrismo y moderación con el que engañó en los primeros momentos a sus votantes. También a ti y a tu padre.

Era tan falso, que hasta su currículum terminó en la picota. Ha colonizado todos los contrapesos de la justicia: la Abogacía del Estado, la Fiscalía General, el Tribunal de Cuentas. Lo ha hecho con instituciones que tu padre respetaba, el CIS, el INE, hasta el Consejo de Ministros, que hoy es un mercado persa donde se venden inmoralmente panfletos del Gobierno. Quiere reeditar el NODO (ay, si tu padre levantara la cabeza), intervenir los medios de comunicación, que tanto hicieron por los consensos del posfranquismo, y acabar con la Monarquía para lo que ha machacado al viejo Rey de la transición, al que ha echado de España.

Ya sé que has perdido la motivación para defender lo que el presidente que te representa te ha arrebatado. Pero nos lo ha arrebatado a todos. Callas y te sientes aliviado cuando amigos de tu padre como Page, Lambán o Vara farfullan con la boca pequeña, en un tono casi inaudible, contra el que los puede apartar del machito. Pero ya no hay excusas. Ahora ha traspasado todos los límites. Ha entregado el Código Penal, el arma con que las democracias se defienden de los malos, a los malos, a los muy malos, a los delincuentes condenados. Primero los sacó de la cárcel, ahora los rehabilita para que puedan ciscarse en todos nosotros desde los escaños del Congreso, y después vuelvan a hacerlo con la garantía, ahora sí, de que el Estado es como el ejército de Gila: pasen y delincan.

Queda un año. Doce meses en manos de un felón. Hasta aquí hemos llegado en parte por tu culpa. Por tu debilidad. Por tu desistimiento. Siempre hay un totalitario dispuesto a aprovecharse de las flaquezas de los tontos útiles para perpetuarse en el poder y minar sus cimientos. Los sábados, cuando cañeas con tus colegas, rezongas siempre de que todos los políticos son iguales. No todos. Si no eres lo suficientemente valiente para mandarle con tu voto a paseo, por lo menos no estorbes mientras otros lo intentan.