Yolanda y Macarena, sin abandono ni esperanza
Ambas se han sobredimensionado, creyéndose en sí mismas personajes sagrados. Consideran que forman parte del mito moderno de la mujer empoderada, que pertenece a una esfera superior, la de la perfección
Son tantas las cosas que las equiparan que no sé por dónde empezar. Podría desenvolverme a través de graciosas alegorías agudizadas por ese moderno desasosiego que las define, pero terminaría exhausta intelectualmente y, la verdad –y vulgarizándome un poco para crear contexto–, sería «mucho pan para tan poco chorizo». El pan simboliza la envergadura de mi análisis en esta creación literaria; y el chorizo, el tema a analizar. Lo aclaro para no empezar con malentendidos: no hablaré aquí de los excesos ni del libertinaje de la carne, ni de cerditos o mataderos y mucho menos del trigo y su precio en alza.
El objetivo de este artículo es buscar las analogías entre dos mujeres españolas que han despuntado en algún momento y por algún motivo en el escenario político reciente. Las diferencias ideológicas no las voy a contemplar, porque corresponderían a otro documento infinitamente más extenso y riguroso. No obstante, recogeré una disparidad especialmente obvia: el carácter sibilino de la gallega, capaz de transgredir cualquier frontera para conseguir sus objetivos, frente a la inocencia con destellos de codicia de la alicantina que mece la cuna de sus dogmas, mientras seca sus lágrimas por lo que pudo ser y no fue.
Facilitándome a mí misma las cosas, comenzaré por algunas cuestiones físicas. Oírlas hablar es imaginarlas en una misma clase de interpretación, con un profesor que dijera: «Dulzura, por favor, dulzura digan lo que digan y, al finalizar, sonrisa entrañable. Utilicen su escaso ingenio para describir las delicias de las necedades. Empiece usted, Macarena». Cada una con sus armas, alardean de una feminidad sincera, hambrienta de ser reconocida, aspiran a ser «la política más completa que haya existido nunca, la más mujer y la más reina». Esta característica, por ejemplo, no se observa en la presidenta Ayuso, que no pasa de rizar su estudiado tirabuzón castizo.
Sus accesos al escenario político, como es normal, han trastornado todos los aspectos de sus vidas. Ambas se han sobredimensionado, creyéndose en sí mismas personajes sagrados. Consideran que forman parte del mito moderno de la mujer empoderada, que pertenece a una esfera superior, la de la perfección. Yolanda y Macarena olvidan que el mundo de su especialidad personal no coincide con el mundo de la realidad absoluta. El batacazo de la (aún) morena ha sido mayúsculo, pero ella sigue con su impenetrable sonrisa, creyendo que puede subir sola a la cima de la colina con su batallón de sueños sin cumplir. La otra morena, aunque ya rubia, siempre está animada por algo más siniestro, que aletea sobre toda su obra, ésa que se derrumbará igualmente en poco tiempo.
¿Cuántas lágrimas hay detrás de ese ansia por hacer algo importante? Aquí no puedo dejar de aludir a la reina de la sumisión, la ministra del macho alfa; aunque Montero tiene otra idiosincrasia, mucho más complicada, y no es hoy nuestro tema. Animo a Olona y a Díaz a tirar del humor, hay que saber reír en todas las circunstancias. Un luminoso buen sentido del humor es para mí una de las cualidades más admirables de los humanos, capaz de salvar puentes, dramas y ridículos como estos. Les ayudaría a reconducir sus aspiraciones exacerbadas y sofocantes, que no son nuevas ni únicas. A veces lo sano es permanecer sordos ante las oscuras llamadas interiores; de lo contrario, antes o después, se les echará encima su irremediable irrelevancia.