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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Venga, cari, a Bali

Por la mañana, Begoña es feminista de pancarta y megáfono, y por la tarde, ejerce sin que le tiemble el mentón el alienante papel –según el catecismo progre– de señora de

Si el superego de Narciso-Pedro Sánchez Castejón deja un pequeño resquicio para alguien que no sea Su Persona, tiene que ser para su esposa, María Begoña Gómez Fernández. Al igual que Pedro, que pasó de ser un mediocre estudiante a doctor en Economía cum laude gracias a la bochornosa práctica de copiar a otros, su mujer, en una parecida pirueta inmoral, tornó de tener unos indefinidos estudios en Marketing a dirigir una cátedra en la Complutense. El mérito y el esfuerzo no parece ser el fuerte de esta pareja. Tampoco la decencia que, en contra de lo que ambos creen, no se vende en el chino de Pozuelo, al lado de la casa en la que vivían antes de que Junqueras les entregara el inquilinato de la Moncloa.

Ayer nos enteramos de que la Reina Begoña, de la Familia Imperial Monclovita, se coló en el Falcon que tantos recuerdos le trae –qué tiempos, cari, cuando se inauguró Air Sánchez en ese viaje de debutantes a Castellón con amigotes al ritmo de The Killers– para acompañar a su marido a Bali. Lo de que la aspirante a primera dama debía cubrir una agenda paralela de consortes es la coartada. Porque existen dos matices: no hay obligación alguna para la cónyuge presidencial de irse de vacaciones pagadas a Indonesia, dado que no tiene ningún papel institucional, y, segundo y más importante, no está el mundo y España como para convertir un foro trascendental donde se está debatiendo sobre el peligro de una guerra nuclear en escenario para jugar a la Princesa Frozen o transformar los salones del poder en un pase de modelos. De hecho, a excepción de la anfitriona indonesia y dos o tres consortes más, el resto ha optado prudentemente por quedarse en casa.

Por la mañana, Begoña es feminista de pancarta y megáfono, y por la tarde, ejerce sin que le tiemble el mentón el alienante papel –según el catecismo progre– de señora de, al igual que hizo en Nueva York, cuyos gastos fueron decretados como secreto de Estado, o en África, donde fue escondida por incurrir en un conflicto de intereses por su labor privada. Como Irene Montero, ambas cabalgan sobre sus contradicciones, muy lucrativas contradicciones, por cierto: el estado civil como meritaje para el medro profesional. Y como la pétrea pareja presidencial está ayuna de cualquier micropartícula de sentido del ridículo, nos ha regalado una imagen impagable: vestidos en comunión absoluta de azul y amarillo, con satenes propios del mejor Jesús Gil, y todo en homenaje a Ucrania. Sobra decir que los ciudadanos de ese desgraciado país se han sentido enormemente aliviados por ese gesto de los Sánchez, un auténtico bálsamo contra los bombardeos que Putin ha recrudecido tras la intervención de Zelenski precisamente en el G-20 donde está nuestra solidaria pareja.

Es como si escuchara a la calamidad presidencial animarle a su señora esposa hace unas horas antes de volar al G-20:

«Vamos, cari, a Bali. Allí entenderán mejor que aquí nuestra histórica misión a favor de la paz mundial, nuestra estratosférica empresa contra el cambio climático –pelillos del queroseno del Falcon a la mar– y, sobre todo, allí no nos preguntarán por una buena persona que robaba para los pobres llamado Griñán y que va camino de chirona, ni nos regañará la derecha mediática por haber desprotegido a la nación frente a los que la quieren destruir».

«Qué pereza, cari, qué pereza…».