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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Pedro y Begoña

La pareja presidencial no esconde su querencia por el lujo ni la indiferencia a la crítica: se ríen de todo y están encantados del futuro que les espera

Se ha hablado no poco del viaje de Begoña Gómez con su marido a Balidorm, la preciosa isla de Indonesia a la que se ha trasladado una parte de los turistas de la cumbre climática en El Cairo, ahora para celebrar otro utilísimo cónclave del G-20 a efectos de conocer mundo con todos los gastos pagados.

Y se ha hablado, sobre todo, del atuendo de la presidenta y su consorte, llamativo a ojos vista del español corriente pero discreto en comparación con el de los anfitriones, una mezcla de tuno, ninja y geisha que si somos espabilados tendrá merecido éxito en el próximo Carnaval.

Las risas por el traje amarillo con banda azul de Jackie y la guayabera asiático-caraqueña de John no son del todo procedentes, salvo que se extiendan al resto de veraneantes internacionales, a quien el protocolo balinés al parecer impone esas pintas, mejoradas por la pareja española con ese toque de homenaje cromático a Ucrania que nadie más supo ver.

– Pedro, tú de azul y yo de amarillo.
– ¿Juega aquí el Cádiz?
– Por Zelenski.
– Gran delantero.

Que quizá no sepan si están arreglando el ozono, sembrando la paz o participando en las pruebas preliminares de Eurovisión no resta empaque al gesto presidencial, ni esconde una de sus mayores virtudes: ya puede estar ardiendo España y ya pueden saber que a su vuelta les van a poner a escurrir, que ellos, Jackie y John, no se pierden un guateque.

Si el apego por la mentira describe los principios de Sánchez, su epicureísmo disfrutón retrata su indiferencia a la crítica y anticipa su futuro: se ve a sí mismo viajando por el mundo, en alguna canonjía internacional financiada antes por presidentes como él, y acompañado siempre por su media naranja, la única «primera dama» que ha medrado públicamente mientras su marido estaba en activo.

Con frecuencia se ha llamado a Pedro y a Begoña los Kirchner españoles, pero su apego por los lujos les asemeja más a la pareja conformada por dos célebres actores. Son Javier Bardem y Penélope Cruz, en una versión cacique y con el presupuesto público a su servicio para darse masajes balineses con final feliz.

A menudo nos preguntamos si somos demasiado crueles con ellos, si cogemos el rábano por las hojas para no ahorrarnos una broma o si convertimos comportamientos rutinarios de cualquier presidente en una excepción bochornosa para hacer sangre con el personaje.

Pero estamos equivocados: su pasión por el Falcon, sus viajes de la mano, sus vacaciones palaciegas, la mezcla de agendas públicas y privadas, su clientelismo laboral y su escandalosa opacidad demuestran que se la refanfinfla todo, que se ríen de todos y que están encantados de que el destino, adulterado con una moción de censura, les tenga reservado ya para siempre un eterno desayuno con diamantes.